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Voto de MAFALDA:
8
6,6
36.302
Drama
Tras un aterrizaje de emergencia en medio del campo gracias al cual salvan la vida un centenar de pasajeros, el comandante Whip Whitaker (Denzel Washington), que pilotaba el avión, es considerado un héroe nacional. Sin embargo, cuando se pone en marcha la investigación para determinar las causas de la avería, se averigua que el capitán tenía exceso de alcohol en la sangre. (FILMAFFINITY)
27 de enero de 2013
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Flight” es mucho más que una película sobre un piloto alcohólico y drogadicto que, al final, reconoce que lo es y acepta ir a la cárcel para redimirse. Es una película que habla sobre la hipocresía.
El protagonista, totalmente perdido en sus adicciones, en su miedo, en su culpa, no entiende lo que pasa. Se ve solo, se siente solo y ya condenado.
Me ha gustado mucho.
El protagonista, totalmente perdido en sus adicciones, en su miedo, en su culpa, no entiende lo que pasa. Se ve solo, se siente solo y ya condenado.
Me ha gustado mucho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El capitán Whip Whitaker (magnífico Denzel Washington) hace gala de una egolatría sin límite. Con una seguridad en sí, mismo, pasmosa, pilota “su” avión día si día también, después de noches enteras sin dormir, sin parar de beber y colocándose con cocaína para “reponerse” de las terribles resacas y de la falta de sueño. Cuando inicia el vuelo éste es otro más de su dilatada carrera. No hay nada distinto. Empieza con unas “graciosas turbulencias” que acojonan un poco al pasaje y hacen sonreir a la tripulación y, cuando la cosa se tranquiliza, pone el piloto automático, deja al copiloto al mando y se echa una siestecita de la cual despierta, de manera brusca, cuando uno de las partes del avión se rompe y comienzan a descender en picado.
A partir de ahí, colocado o no, toma el mando de la situación mientras el resto grita, llora o reza. Gracias a su sangre fría, pericia, rapidez de reflejos y, no vamos a negarlo, cierta temeridad, el capitán Whitaker consigue aterrizar el avión salvando a 96 de los 102 pasajeros (es decir, mueren cuatro personas, porque los dos de la tripulación no cuentan ya que por ellos la compañía no debe pagar indemnización pues la muerte entra dentro de los riesgos inherentes a su profesión).
Cuando despierta en el hospital, a quien primero ve es al representante del sindicato de pilotos, viejo conocido sí, pero que está allí no como amigo sino en misión oficial, por lo que no puede darle ningún tipo de información. Inmediatamente le interrogan los miembros de la NTSB (Junta Nacional de Seguridad del Transporte), le persiguen los medios de comunicación, le buscan un abogado….
El hecho de que se le reconozca que solo él hubiera podido salvar a tanta gente (distintos pilotos hacen simulaciones en las mismas condiciones del vuelo y ninguno consigue salvar a los pasajeros) pasa a ser irrelevante porque lo que importa son los cuatro muertos por los que habrá que indemnizar a las familias, y nadie está dispuesto: el dueño de la aerolínea, un ricachón, gordo y sin escrúpulos, no quiere soltar un duro; el sindicato de pilotos no quiere que su imagen se vea dañada. Todos únicamente quieren un cabeza de turco para cerrar un episodio que no les quita el sueño pero si les molesta.
Los que le rodeaban (esos que ahora le miran con ojos acusadores) ese día estaban aquejados de una grave ceguera moral: el copiloto, quien después le reprocha que el aliento le apestaba a ginebra, antes de iniciar el vuelo calla y no denuncia la situación ni le exige que no pilote en esas condiciones. Todas las azafatas, incluida la jefa, conocían su predisposición a volar con unas copas de más y sin haber dormido, y, lejos de poner en sobre aviso a la compañía, le servían sonrientes el café y las aspirinas. Igualmente el representante del sindicato, ese viejo amigo, conocía su afición por la bebida y jamás hizo nada en defensa de los cientos de personas que cada día ponían sus vidas en manos de un jodido borracho.
Todos lo sabían, nadie hacía nada y, cuando ocurre la tragedia, todos se erigen en jueces y verdugos de un hombre que basa su débil defensa en que “ese día” fue “un día más, igual que los otros, para la tripulación”. ¡Y a ese mismo hombre, castigado y abandonado por todos, en la vista, que no juicio en teoría, se le exige que ejerza de dedo acusador y ratifique que quien bebió durante el vuelo fue una de las azafatas que no logró salir con vida. Es entonces cuando ya no puede más y confiesa. Pero lejos de considerar que confiesa su alcoholismo en un gesto noble de sacrificio y arrepentimiento, yo lo entendí como una consecuencia del desconcierto que le invade y el no querer seguir las reglas de un juego que el resto de la sociedad le obliga a aceptar si quiere salir indemne.
Su confesión es un grito: “¡Basta ya! Estaba borracho, sí; no había dormido, sí. Pero ese no fue el motivo de que el avión se estrellará. Yo no maté a 6 persona, salve a 96”, mientras el resto de los culpables calla y mira al suelo…..
A partir de ahí, colocado o no, toma el mando de la situación mientras el resto grita, llora o reza. Gracias a su sangre fría, pericia, rapidez de reflejos y, no vamos a negarlo, cierta temeridad, el capitán Whitaker consigue aterrizar el avión salvando a 96 de los 102 pasajeros (es decir, mueren cuatro personas, porque los dos de la tripulación no cuentan ya que por ellos la compañía no debe pagar indemnización pues la muerte entra dentro de los riesgos inherentes a su profesión).
Cuando despierta en el hospital, a quien primero ve es al representante del sindicato de pilotos, viejo conocido sí, pero que está allí no como amigo sino en misión oficial, por lo que no puede darle ningún tipo de información. Inmediatamente le interrogan los miembros de la NTSB (Junta Nacional de Seguridad del Transporte), le persiguen los medios de comunicación, le buscan un abogado….
El hecho de que se le reconozca que solo él hubiera podido salvar a tanta gente (distintos pilotos hacen simulaciones en las mismas condiciones del vuelo y ninguno consigue salvar a los pasajeros) pasa a ser irrelevante porque lo que importa son los cuatro muertos por los que habrá que indemnizar a las familias, y nadie está dispuesto: el dueño de la aerolínea, un ricachón, gordo y sin escrúpulos, no quiere soltar un duro; el sindicato de pilotos no quiere que su imagen se vea dañada. Todos únicamente quieren un cabeza de turco para cerrar un episodio que no les quita el sueño pero si les molesta.
Los que le rodeaban (esos que ahora le miran con ojos acusadores) ese día estaban aquejados de una grave ceguera moral: el copiloto, quien después le reprocha que el aliento le apestaba a ginebra, antes de iniciar el vuelo calla y no denuncia la situación ni le exige que no pilote en esas condiciones. Todas las azafatas, incluida la jefa, conocían su predisposición a volar con unas copas de más y sin haber dormido, y, lejos de poner en sobre aviso a la compañía, le servían sonrientes el café y las aspirinas. Igualmente el representante del sindicato, ese viejo amigo, conocía su afición por la bebida y jamás hizo nada en defensa de los cientos de personas que cada día ponían sus vidas en manos de un jodido borracho.
Todos lo sabían, nadie hacía nada y, cuando ocurre la tragedia, todos se erigen en jueces y verdugos de un hombre que basa su débil defensa en que “ese día” fue “un día más, igual que los otros, para la tripulación”. ¡Y a ese mismo hombre, castigado y abandonado por todos, en la vista, que no juicio en teoría, se le exige que ejerza de dedo acusador y ratifique que quien bebió durante el vuelo fue una de las azafatas que no logró salir con vida. Es entonces cuando ya no puede más y confiesa. Pero lejos de considerar que confiesa su alcoholismo en un gesto noble de sacrificio y arrepentimiento, yo lo entendí como una consecuencia del desconcierto que le invade y el no querer seguir las reglas de un juego que el resto de la sociedad le obliga a aceptar si quiere salir indemne.
Su confesión es un grito: “¡Basta ya! Estaba borracho, sí; no había dormido, sí. Pero ese no fue el motivo de que el avión se estrellará. Yo no maté a 6 persona, salve a 96”, mientras el resto de los culpables calla y mira al suelo…..