Licorice Pizza no es de los mejores films de su director Paul Thomas Anderson.

Con una sólida carrera a sus espaldas. A sus 51 años, el director ha ganado festivales como Cannes, Venecia o Berlin. Al inicio de su carrera nos regaló perlas como la lluvia de ranas de Magnolia (1999) o el festival disco/porno/pulp de Boogie Nights(1997), por citar alguna de sus muy buenas películas en su filmografía.

El film contiene elementos de interés: luminosa fotografía de Michael Bauman que sabe capturar la esencia de la California de los 70, un diseño de producción espectacular que consigue transportarte a esa época, música de John Greenwood de Radiohead y un sinfín de hits poperos de la época, secundarios de lujo (Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper...), y una pareja protagonista fresca: Cooper Hoffman (hijo del malogrado actor fetiche de PTA, Philip Seymour Hoffman) y Alana Haim (solista el grupo Haim del cual PTA ha realizado muchos de sus videoclips).

Lamentablemente, a pesar de esos buenos ingredientes, y del buen hacer de su director, que mueve la cámara con gran fluidez, Licorice Pizza no arriesga, no aporta nada nuevo al universo de su director. Vuelve a jugar la carta e la nostalgia (la California setentera), una banda sonora resultona y una historia que al fin y al cabo, no deja de ser una comedia romántica al uso, por muchos elementos estrafalarios que se incluyan por medio. Exceso de metraje, tramas secundarias caóticas que no van a ninguna parte, dejan una sensación de dispersión que acaba confiando todo el peso del film al "supuesto" carisma de sus dos protagonistas, y a la "supuesta" originalidad de las situaciones que viven.

Al final, nos está contando una historia "whatever", de personajes sin construcción multidimensional, donde la supuesta insólita relación de sus protagonistas no es tal. Eso sí, muy bien envuelto por su genial director y su brillante diseño de producción.