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Argentina Argentina · Rosario
Voto de Elbio:
9
Drama Un samurái pide permiso para practicarse el Seppuku (o Harakiri), ceremonia durante la cual se quitará la vida abriéndose el estómago al tiempo que otro samurái lo decapitará. Solicita también poder contar la historia que le ha llevado a tomar tan trágica decisión. (FILMAFFINITY)
10 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque las palabras son innecesarias, lo explicaré. El rito del harakiri no se hace sin un asistente al que le llaman “el segundo”. Luego del desgarro de vísceras que la propia víctima se realiza, otro samurái, de pie, debe decapitarlo. Un harakiri en solitario no puede asegurar un viaje fácil hacia el otro mundo. El segundo debe ser un maestro espadachín experimentado. Pero estamos en mayo de 1630 y el rito ha cambiado. Últimamente, este ritual sagrado ha caído en un formalismo ocioso. Tan pronto la víctima contacta su espada, se le decapita. No se efectúa ningún desgarro. En algunos casos usan un abanico o una espada de bambú, en vez de metal. Eso es una burda simulación. Si vamos a ser consecuentes con nuestra tradición, el samurái debe abrirse el vientre transversalmente. Nada de lastimarse un poco y esperar que su segundo lo decapite. La espada del samurái es su alma. La del dueño debe ser la encargada de desgarrar sus tripas. Si no, es un papelón. Lo van a matar igual pero sin honor. Es lo que en enero último le pasó a Motome Chijiiwa, que vino a pedir el harakiri y a último momento se arrepintió. Se mordió la lengua para que aparezca sangre y esperaba que el segundo lo decapite. Motome era samurái de la casa Geishu que, en junio de 1619 fue abolida por el Shogunato Tokugawa y 12.000 inocentes servidores fueron de repente privados de su medio de sustento. La suerte de todo samurái está unida a su jefe. Si éste muere, el samurái debe practicarse el harakiri para seguir al jefe en su último viaje. Sino, pasará de honorable samurái a "ronin" pordiosero. Luego de deambular pobremente, Motome decidió acabar con su vida. Eso es lo que sabemos por el informe que nos da un sirviente de la casa que será escenario del harakiri que vinimos a ver. Pero como estamos en la obra de un maestro del cine japonés, sabemos que el relato tiene sus capas, entrelazadas de modo tal que lo que sabemos por boca de uno puede cambiar según boca de otro. Lo disfrutable del relato en capas, del relato coral o perspectiva múltiple, es que, al tiempo que debemos ir separando los flashbacks de acuerdo a quien cuenta cada punto de vista de la historia, sabemos que lo parcial, en su carácter de versión que corre por cuenta de quien la cuenta, nos permite crear nuestro propio relato y jugar con el equívoco operante, con la sospecha, con la magia absorbente de un relato que suponemos tiene trasfondo. La historia lineal, que sigue un desarrollo cronológico de la narración, a veces se ve obligada a dar explicaciones al final o reservarse algún dato que, cuando aparece tiende a decepcionar si no está totalmente justificada su omisión anterior. “Rashomon” (Kurosawa) o “Rosaura a las diez” (Soficci) tienen este tipo de relato coral; allí distintos personajes dan su versión de los hechos. Aquí el tejido de versiones tiene el plus de la intención con la que las distintas versiones se van haciendo cargo del relato. Nuestro protagonista tiene un secreto y, de acuerdo a cómo lo va dejando ver, se suceden otras versiones que pueden desembocar en su éxito o derrumbar su objetivo. La verdad existe, pero se descubre cuando ya no tiene remedio. Quien dice que dice la verdad, miente. Quien cree que alguien dice la verdad, fracasa. La diferencia entre estar informado o creer en la primera información que se recibe, es un estado temporal. La mentira es pasado, la verdad es futuro, el cine, presente. Lo que agrega esta obra al género de samuráis es un perfil de ingenio e inteligencia guerrera con una precisión certera. No se trata de piruetas marciales, ni de honor a tontas y a locas, ni tampoco de una burla a las tradiciones, ni de solemnes ceremonias de pretenciosa profundidad. Nuestro protagonista se llama Hanshiro Tsugumo, también "ronin" de la caída casa Geishu, que llega unos meses después de Motome y desea también morir por harakiri. Y pregunta: ¿Quién será mi segundo? Ichiro Shinmen, le responden. ¿Shinmen? Preferiría los servicios del honorable Hikokuro Omodake. Su fama como espadachín de la escuela Shindo-Munen le precede. Es cierto. ¡Hikokuro! (No responde). Omodake está ausente hoy, pidió ausentarse unos días. Oh, qué decepción. Entonces ruego los servicios de Hayato Yazaki. tampoco está disponible. Qué mala suerte. Entonces solicitaré a Umenosuke Kawabe. ¿También indispuesto? ¿Cómo es eso posible? Una extraña coincidencia. Vayan a buscarlos. Mientras esperamos, ¿le puedo contar la historia de mi vida? La vida de un samurái es como una casa construida sobre cimientos de arena. Un viento débil significa el fin. En este punto, debo guardar bajo estricto secreto lo que pasa en la segunda mitad de la película. Mi honor está en juego. Sólo puedo agregar que, aunque los días del verano son largos, el tiempo apremia.-
Elbio
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