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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Principios del siglo XX. David Aaronson, un pobre chaval judío, conoce en los suburbios de Manhattan a Max, otro joven de origen hebreo dispuesto a llegar lejos por cualquier método. Entre ellos nace una gran amistad y, con otros colegas, forman una banda que prospera rápidamente, llegando a convertirse, en los tiempos de la Ley Seca (1920-1933), en unos importantes mafiosos. (FILMAFFINITY)
6 de mayo de 2021
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algún día se hará justicia y se colocará a Sergio Leone en el mismo pedestal en el que reinan para siempre Alfred Hitchcock o Billy Wilder. Sergio Leone es uno de los mejores directores de la historia del cine, y posiblemente el más personal de todos ellos (y estoy reflexionando lo que estoy afirmando sin rubor, no es fruto de un calentón). Es el hijo más preclaro de ese fenómeno-milagro que tuvo lugar en los años 70, la mejor década del cine para quien suscribe estas líneas, en los que la industria del cine decidió madurar (le duró lo que tardaron en llegar los monstruitos de los 80) y facturó las mejores películas de la historia.

Fueron los años donde el cine tocó techo de la mano de Francis Ford Coppola, Arthur Penn, Stanley Kubrick, Sydney Pollack, Peter Bogdanovich, Martin Scorsese, Bernardo Bertolucci, Woody Allen, Roman Polanski, Michael Cimino, George Roy Hill, Bob Fosse, Milos Forman... y Sergio Leone, quizás compendio de la experimentación habida por parte de todos ellos, que culmina en 1984 en la mejor expresión cinematográfica que haya visto en todos los días de mi vida. Y es que, para mí, y esto es algo muy personal pero parece que no tan exótico como pareciere a simple vista porque somos legión, “Érase una vez en América” es la mejor película de la historia del cine.

Sergio Leone culminó con ella su lenguaje propio, único, personal, intransferible, reconocible en cada plano como quizás nadie haya logrado a esa altura poética, tensa y magnética. Y “Érase una vez en América” es su obra maestra, la traslación al cine mafioso de todos los códigos de la sublimación poética del cine a través del perfeccionamiento minucioso y detallista de su genialmente sudoroso spaghetti-western, dejando para mí la cima del Séptimo Arte.

En ésta, su obra maestra por encima de todas las demás a años luz, incluso supera los códigos personalísimos que bordara en “Hasta que llegó su hora”. El uso de los tiempos congelados, primerísimos planos de más de un minuto, el juego permanente con el sonido (anulando conversaciones con la música o prolongando sonidos en el tiempo hasta la irritación maravillosamente insoportable del espectador, como esa escena en la que un teléfono suena durante 3 minutos ininterrumpidamente, similar al sonido del molino de viento de la estación en “Hasta que llegó su hora”), la poesía en cada plano y el uso de los saltos temporales como hilo narrativo explicativo, los reflejos en todos los espejos de Robert De Niro y sus miradas… Todo lo que hace Leone a Leone alcanza la perfección sublime en “Érase una vez en América”.

Y Ennio Morricone, claro. Porque esta película no existiría ni sería para mí la mejor jamás habida sin su música. Y es que este film sería la mitad de lo que es sin Morricone. El mejor compositor musical de la historia del cine hace su mejor partitura para esta cinta, o sea, que estamos ante la mejor banda sonora de la historia del cine y “Deborah´s Theme”, para mí, el mejor tema que se haya compuesto jamás para una película. No se podría entender a Leone sin Morricone. Forman un pack absoluto y la gloria solo se puede alcanzar cuando están juntos.

Esta maravillosa historia iniciática de unos aprendices de gangsters desde su infancia hasta su ancianidad es un orgasmo cinéfilo de principio a fin de sus 4 horas de metraje. Ese tono melancólico con lo el que está narrado todo a través de tres momentos temporales diferentes que nunca se estorban sino que, todo lo contrario, se complementan y explican unos en otros y unos sobre otros, es la cima de la narración cinematográfica. Y la genialidad de pintar de necesaria tristeza esta historia de amistad y violencia es de una dimensión imposible de alcanzar para nadie que no fuera Sergio Leone.

De entre sus tres líneas temporales narrativas, personalmente, me quedo con la de la infancia de sus protagonistas, por ser la más emotiva, mejor trazada y más delicada de todas ellas. Además de contener la mejor de todas sus escenas y una de las más grandes de la historia del cine, que es el espiado baile de Deborah en la trastienda, momento en el que el Séptimo Arte toca techo.

Y todo ello debidamente fundado en las mejores interpretaciones de su vida en el caso de Robert De Niro y de James Woods. Pero, hablando de actores y actrices (todos ellos igualmente sublimes) yo no puedo dejar de destacar por encima de todos y de todo a Jennifer Connelly, porque su personaje no debe salir más de 15 minutos en una cinta de 4 horas, pero es la dueña y señora de la función cuando se trataba entonces de una actriz aún menor de edad. El personaje de Deborah que construye te acompaña para el resto de tu vida, porque es imposible no caer a sus pies en un espectáculo interpretativo insuperable e inigualable por los siglos de los siglos, a la altura del de la también infante Natalie Portman de “Beautiful Girls” de Ted Demme.
Sergio Berbel
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