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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama. Romance En alguna parte de ese inmenso océano negro que es el cosmos, hay una isla con colinas de tierra roja, a la que llega Ángel para fumigar y exterminar la plaga de cochinillas que produce en el vino un extraño sabor a "tierra". Bajo la atmósfera de unos cielos eléctricos y el contacto con unas gentes sencillas, Ángel encuentra la oportunidad de resolver su desdoblamiento de personalidad por medio de la elección entre dos mujeres. (FILMAFFINITY) [+]
11 de junio de 2021
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Hubo unos años en los que mi cineasta de referencia en este país era, por encima de todos los demás, Julio Medem. Su cine de aliento poético, firmemente e inexorablemente alejado de la narrativa cinematográfica lineal, lógica y en prosa, me hacía levitar como ningún otro, e incluso logró expandirme las fronteras del cine y de mi propia vida. Una de las grandes obras maestras de aquella época vital en mi biografía, junto con “Los amantes del Círculo Polar”, “Lucía y el sexo” y “La ardilla roja” (con la que esta película sobre la que escribo hoy, por temática y estética, está directamente emparentada), fue “Tierra”.

El Medem que nos trastabilló la vida y nos hizo líricos a través de los verdes imposibles de Euskadi en “Vacas”, cambió a tonalidades marrones manchadas de tierra en esta cinta ubicada en los viñedos riojanos. Y es que la localización geográfica de su cine es vital y el personaje principal de su propuesta narrativa de forma constante.

Todo es marrón en esta cinta salvo esa escena gloriosamente poética donde la conversación telefónica entre Carmelo Gómez y Emma Suárez se retrata por el genio vasco visualmente mediante un travelling a través del cableado telefónico que traspasa una luna llena inmensa, metáfora visual impagable que puebla la cinematografía de este autor único e irrepetible.

Porque Julio Medem es propietario de un estilo cinematográfico propio, que es lo máximo que se puede decir de un artista, reconocido y reconocible en cuanto a sus voces en off con reflexiones filosóficas, las dobles personalidades de sus personajes (impagable ese Ángel que interpreta Carmelo Gómez desdoblado durante todo el metraje), la luna llena, el romanticismo exacerbado, la causalidad definitivamente rota por las reglas imposibles del azar, la pasión sexual irrefrenable, la poesía colándose entre todas y cada una de las líneas de un guión firmado por el propio director… Mucho más allá del realismo mágico, es realismo poético.

Pero en esta película Medem roza la divinidad gracias a un elenco actoral insuperable en estado de gracia absoluta, desde la pareja anteriormente citada que es protagonista, pasando por un fantástico Karra Elejalde como el insoportable Patricio, un Nancho Novo siempre interesante y… claro, Ella, Silke, ese misterioso personaje fundamental para nuestra cultura y que desgraciadamente tuvo que desaparecer de la vida pública para lograr pasar sus días en paz y que nos regala con el personaje de Mari lo más sublime de su carrera, una mujer pura sensualidad que está enraizada con las más primitivas deidades de Euskadi, uno de los perfiles más apasionantes en la filmografía de Julio Medem.

La historia, difícil de resumir sin descuartizarla y plena de simbolismo y metáforas “medemnianas” que nunca permite que sea lineal en su narración, lleva a un personaje en recuperación después de un ingreso en un centro psiquiátrico a fumigar la “Tierra” de los viñedos para acabar con la peligrosa cochinilla. Allí conocerá a Ángela, la esposa de Patricio, con la que vivirá un flechazo instantáneo; pero también a Mari, la amante de Patricio, de la que se sentirá atraído. Todo lo demás, es un delirio poético de Medem insuperable.
Sergio Berbel
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