Conviene no engañarse. “El mejor verano de mi vida” está en la frontera entre lo que es una película y lo que sería un monólogo largo de Leo Harlem, como un especial de Navidad de José Mota. Para bien y para mal, más bien para bien. El tío tiene gracia, mucha gracia (qué coño, es muy bueno en lo suyo) y hay momentos de la película orquestados como una sucesión de minigags que funcionan estupendamente, al principio limitados a la introducción – estructura típica en la que un niño presenta a su padre a base de anécdotas-sketches de entre quince y treinta segundos – pero el ritmo no baja en toda la primera mitad con una elevada densidad de golpes de humor, exitosos en su mayor parte.

Es complicado no soltar un par o más de carcajadas, por lo que el tiempo invertido queda amortizado en los primeros cuarenta y cinco minutos. Luego, como es de esperar, el ritmo decrece y la obra evoluciona a una comedia familiar más convencional, pero Harlem sigue haciendo de sí mismo y dando gracia a todo lo que toca. Además está bien secundado por Toni Acosta, a quien siempre se le dan bien estos papeles de esposa simpática, por esporádicas colaboraciones de habituales como Silvia Abril, Arturo Valls o Berto Romero, por la tía del pueblo que es un puntazo y hasta el niño está bastante bien.

Quien espere ver humor elegante, mejor que se vaya a ver comedias suecas o francesas. Aquí es un humor agradable de saturación – sin ordinarieces, que tiene mérito- que consigue sobradamente su objetivo de hacer pasar un buen rato. Me esperaba la típica película para lucimiento de una estrella en el mundo de comedia pero sin experiencia en cine que termina siendo un fiasco y ha superado ampliamente mis expectativas: Harlem está integrado en la obra, hay un gran trabajo de guión para sembrar los chistes y una dirección que les saca partido. En conclusión, tiene gracia y no se hace pesada.