“El mundo según Barney” es de esos misterios inexplicables por los que una película que no te dice nada a priori, con un reparto que vuela por debajo del radar (aunque si te pones a analizar nombres resulta muy potente), con una sinopsis aparentemente insulsa termina enganchando y haciéndote conectar con la aparatosa e intensa vida sentimental de un protagonista que tiene poco de convencional. Porque Barney no es un guaperas, ni un ricachón, ni un donjuán… es una persona normal y corriente, como todo el mundo que, a su manera, lleva una vida excepcional, como todo el mundo. Posiblemente, ese sea el secreto de la película, el poner en valor la vida que llevamos aunque no nos demos cuenta porque al vivirla en primera persona, la vemos y disfrutamos en toda su cotidianeidad. Pero seguro cada uno hiciésemos un resumen de nuestras experiencias y un equipo de guionistas destilara los eventos más importantes y un director competente los montara de una forma mínimamente adecuada, la veríamos como lo que es: única, irrepetible y excepcional.

Barney es, además, imperfecto como la gente real. Disfruta de la vida y comete errores como todo el mundo. Tiene buen corazón pero es egoísta y egocéntrico, como lo somos todos en algún momento. También tiene un buen corazón capaz de amar y de sufrir cuando hace daño o cuando le hacen daño. Si además te cuentan un importante arco temporal de su vida repasando sus decisiones más trascendentales (muchas de ellas en torno a sus mujeres) o sus reflexiones vitales más conmovedoras con un toque de humor entre tanta intensidad, cuesta no entender la película como una suerte de Forrest Gump despojado de épica y barnizado de pragmatismo. Puede que ahí esté, o no, su factor X. Pero, a su manera, es una película impactante, que te deja la cabeza pensando.