Recuerdo que la primera entrega de la familia Clerks me pilló en los primeros años de universidad. Sin llegar a ser un fenómeno de masas, la película del (por entonces) desconocido Kevin Smith se hizo un nombre entre cierto público juvenil, con tendencia a la rebeldía de la edad y ganas de una comedia gamberra alejada de los convencionalismos que regían en el cine de entonces. Su ADN indie, su aspecto desaliñado y sus travesuras fuera de tono conectaron por sus planteamientos novedosos y por sembrar en muchos la idea de que, con imaginación y esfuerzo, se pueden hacer cosas con cuatro perras que, hasta entonces, se suponían imposibles sin millones de por medio. Como ya he dicho alguna vez, yo suelo ser bastante insensible a las tendencias y me subo a ellas muy tarde, de modo que, en su momento, no vi en “Clerks” más que una película desangelada en cuanto a formato, con alguna ocurrencia afortunada y, dado que estaba estudiando una ingeniería, aprecié más el rendimiento que sacaba a sus escasos recursos. Con el tiempo, sigo sin sentir por ella otra cosa que cierta admiración pero, cogiendo perspectiva, sí estoy de acuerdo en que se puede considerar una obra de culto, el inicio de una era.

Lo que está claro es que Kevin Smith se sintió cómodo con el formato como para seguir sacando entregas de lo que, en cierta medida, se podría considerar un universo del que formarían parte todas las secuelas y todo producto en el que salgan Jay y Bob el Silencioso, incluyendo la gran “Dogma” que, para mí, marca el punto culminante de ese universo. Smith se ha mostrado extremadamente prolífico, pero con escasa repercusión fuera de la zona de confort de Clerks: episodios sueltos de series, “Hacemos un porno” y esta “Red State”, son lo más destacable… y, curiosamente, en casi ninguna reconocemos su firma. Si no se nos da por mirar su bio o la ficha técnica de las películas, es poco probable que dijéramos que su mano está detrás. Y no lo digo como algo necesariamente negativo, simplemente me llama la atención que un tío con todo un universo Clerks detrás, sea capaz de pasar desapercibido fuera de él.

En “Red State” hay que hurgar mucho para encontrar algo que vagamente nos haga pensar en Kevin Smith. Más bien es al revés: no piensas en él hasta no verle en los créditos y, sólo entonces, relacionas tal o cual detalle con su figura y te das cuenta de que, en el fondo, no quería contarnos una historia sino hacernos pasar un rato cachondo con aventuras de adolescentes en plena guerra de hormonas y con el sexo como reclamo. Quizá lo malo es que no se le ve venir como en “Dogma” y, antes de pensar si la cosa va en serio o no, el desmadre se come al drama y la aventura muta en esperpento, mientras la gente entra y sale de la trama sin presentarse ni despedirse, recita diálogos ingeniosos fuera de lugar y muere de las formas más grotescas sin saber muy bien si escandalizarme, descojonarme o pensar en algún trasfondo oculto.

No sé. Su formato tétrico, oscuro y sangriento es radicalmente distinta a todo lo que había hecho hasta ahora y Smith demuestra que tiene mano para rodar casi cualquier cosa. Pero tardé bastante en cogerle el punto y dar por hecho que no tenía que buscarle sentido ni empatizar con los personajes, sólo tratar de buscarle una gracia que, sinceramente, no pasa de alguna ironía suelta, algún comentario afortunado y algún asesinato impactante. Me deja en algún lugar entre la indiferencia y el mal cuerpo. No pasa nada por no salir de la zona de confort, Kevin.