Barry Levinson es autor de unas cuantas (bastantes) películas detestables, de las que tal vez salvaría El mejor, Rain Man y Bugsy, las que me dejaron mejor sabor de boca. De repente, cuando ya lo había borrado de mi lista de habituales, se descuelga con una cinta barata, en ese estilo falso documental que tanto se prodiga en los últimos tiempos, hilvanada a base de retazos de grabaciones encontradas en cámaras, móviles y demás artilugios que tanta seguridad prestan a nuestras vidas (¡oh, cielos!). Partiendo de unos hechos reales, la espantosa contaminación padecida por el lago de Chesapeake, en el que murieron millones de peces, y con la evidente intención de abogar por un cambio en la permisividad hacia quienes destruyen alegremente nuestro planeta para forrarse, Levinson compone una angustiosa historia en que es la propia vida humana la que es amenazada por el resultado de la altísima contaminación. Rodada con cuatro chavos y el entusiasmo de un chaval (siempre una buena combinación), The Bay bebe de las fuentes de Tiburón, de Piraña y de tantas otras que se han acercado a esta temática, pero en un tono casi apocalíptico y unas imágenes descarnadas que acongojan por su tono realista. Tal vez sea éste el camino que deba tomar Levinson en el futuro: menos pretensiones y más humildad. De momento, nos ha dejado una cinta de terror que tardaré en olvidar.