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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Comedia En un balneario de la costa atlántica, los veraneantes son incapaces de apartarse de sus rutinarias costumbres urbanas. Hasta que llega monsieur Hulot al volante de su viejo cacharro y rompe la calma estival. Para gran alegría de los niños, Hulot ofrecerá a los huéspedes del hotel unas vacaciones inolvidables. (FILMAFFINITY)
16 de setiembre de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La algarabía del verano llega desde la primera escena.
Los niños gritando, los vecinos que se despiden, la gente cogiendo el autobús... una recolección de sonidos, entendidos más como murmullo que como información coherente, que dibujan un cierto sentir común.
Nadie tiene tiempo para el perro que molesta la carretera hasta la playa, nadie tiene tiempo para esperar detrás de un coche lento. Y sin embargo, el propietario de ese coche lento, en vez de pitar, para gentilmente y acaricia al perro en medio del camino, como si quisiera prestar atención a lo banal antes que lo evidente.

'Las Vacaciones del Señor Hulot' tiene un humor muy particular.
No es de grandes trompazos y caídas, enormes golpes de efecto o grandes líneas cómicas. Más bien, se desliza como si fuera una cascada silenciosa, a veces incluso fuera de la atención de la escena, que poco a poco van, por así decirlo, contaminando todo lo que pasa en pantalla.
El Señor Hulot es el principal causante de todos las gracias, claro, pero inconscientemente el resto de inquilinos de la pensión donde se hospeda también participan en los equívocos, como si fuera algo inevitable que el verano tiene aparejado un sano buen humor, una agradecida distensión del resto del año.

Pero el caso es que solo Hulot parece tener presente eso.
O, muy probablemente, él es así el resto del año: preocupándose por la masa que está a punto de derretirse aunque nadie la preste atención, saliendo a remar en canoa para acabar entre dos trozos de madera o practicando el tenis sin rival posible. Por no hablar de su afición a la buena música bien alta.
Pronto su humor se revela sincero, honesto, sin grado alguno de maldad. Sin embargo, el de otros inquilinos reviste cierto fastidio producto de las prisas, de ningún modo puede compararse, y es un prodigio que en algo tan personal como el humor retrate tan bien a dos tipos de personas: a los que la vida les pasa, y los que pasan por la vida como Hulot.

Rápidamente, una muchacha rubia no tarda en llamar su atención, y afortunadamente él ha captado la de ella.
La rubia no pierde la ocasión de ver al gracioso inquilino y preguntarse quién es, o si estará libre esa noche. Desde luego para lo que no tiene tiempo es para escuchar al pesado que quiere ligar con ella: a sus pesados discursos sobre el idealismo y los demás -ismos ella siempre responde con la huida, como si de esa manera quisiera Jacques Tati mostrarnos lo poco que sigue importando la palabra en lo realmente importante.
Nadie podría quitarle la razón, viendo como la muchacha rubia y Hulot no comparten ninguna, y por el contrario sí bailan juntos en el baile de máscaras, los únicos adultos que se han presentado en la fiesta, mientras un anciano que ha ido de vacaciones con su fastidiosa esposa les observa desde fuera.
Los únicos que se han atrevido a tomarse poco en serio a si mismos.

Tati dice así, con una sutileza enorme, que más valdría ser "el raro" o "el cómico" antes que el serio y aburrido, que solo se interesa por las palabras accesorias, para acabar siendo un viejo que mira con nostalgia los tiempos pasados, donde la vergüenza quizás le impidió ser quién deseaba.
Al fin y al cabo, la vida en sí misma no deja de ser una gran broma por todo lo que vemos pasando en la pensión, así que ¿por qué no participar en ella?
Ojalá que el verano nos pille bailando, siempre.

Sin embargo, a Tati no se le escapa que un payaso también esconde su cara triste: el verano puede ser una época de relajación, donde salimos en busca de aventuras y podría decirse que estamos más proclives al humor que a veces nos negamos. Por eso Hulot, siendo como es, es la estrella en esa estación, al menos por la gente lo suficientemente curiosa como para mirarle.
Pero lo que ocurre con las estaciones, es que pasan. Los momentos también.
Y la estampa de Hulot entre niños, aunque injusta, quizá parezca más natural que verle despedirse de los vecinos que nunca le comprendieron (aunque existen las agradecidas excepciones, en forma de anciano nostálgico).

Sí, el verano es lo que tiene.
Tras el alboroto, la playa y los pequeños romances llega a su fin.
Eso no significa que entre su fugacidad falten momentos inolvidables.
Charles
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