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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
Aventuras. Acción La misteriosa desaparición de dos submarinos nucleares exige la colaboración de los mejores agentes de los servicios secretos británico y soviético: James Bond y la mayor Amasova. Detrás de todo se encuentra el magnate Stromberg, que se propone destruir a la humanidad para fundar una nueva civilización bajo el mar. (FILMAFFINITY)
23 de noviembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el principio, se juega de forma maestra al despiste.
James Bond, tras la conquista amorosa de turno, huye con orgullo británico por la nieve.
Creemos que el enemigo, ese agente al que llaman desde el Kremlin, va a ser aquel tipo junto a la belleza misteriosa en la cama. Entonces la belleza coge el teléfono y dice su nombre de agente.
Y el público siente esa extraña mezcla de fascinación y temor por algo a lo que Bond no parece preparado: agente letal, y mujer fatal.

'La Espía que me Amó' es eso, pura forma sobre fondo, pero qué forma.
Una balada romántica punteada con siluetas femeninas abre la primera aventura de Bond de igual a igual, donde por primera vez la horma de su zapato es lo que antes era sencilla conquista, o mal disimulado tópico femenino. Por decirlo así, esta vez James tendrá que sudar un poco más, no en la cama si no antes de ella.
La Guerra Fría se convierte así en el escenario de una misión que, a fuerza de ser inverosímil, acaba siendo de lo más disfrutable. Las reglas de la realidad se van suspendiendo gradualmente, y nadie las pide de vuelta.

Una espectacular Barbara Bach es la Mayor Anya, espía al servicio del KGB, implacable y dura pese a su suavidad de rasgos.
La primera que es capaz de mencionarle a Bond un hecho doloroso del pasado, y también la primera que es capaz de decirle "Avoir" en vez de "Adiós" que, como todo el mundo sabe, es señal de volverse a encontrar sin ser otra más que pase por los brazos del agente secreto. Es la frialdad en persona, y sin embargo también quema con sus flirteos descarados totalmente engañosos.
Nadie diría que es amor lo que predomina entre el espía británico y la rusa, pero tampoco nadie negaría que existe cierto reproche en las miradas de ella cuando otras se cruzan en el camino de él, o que las palabras de él suenan algo más convincentes que otras veces. Será la vista de Egipto, o quizás sea los viajes en duermevela en la parte de atrás de una furgoneta, acompañados suavemente por las notas de John Barry.

Si Anya es la mano que acaricia, Tiburón son las mandíbulas que matan.
Ya un icono, este esbirro gigantón y en apariencia ridículo tiene sus mejores momentos entre los claroscuros de las pirámides o las cabinas de un café egipcio, donde el brillo de sus dientes metálicos se transforma en terror y tensión creciente ante una fuerza imparable. Identificarlo junto a la esfinge como figura pétrea e impasible probablemente sea uno de los mejores chistes visuales de esta historia.
También tiene otro honor: ser el más implacable de los esbirros, al que ni una caída o atropello pueden llegar a detener. Por eso conviene reprimir la risa al verle sonreír por primera vez. Gracioso, solo para él quizá.

No solo Egipto deja su impronta, también lo hace la extraordinaria y arácnida guarida de Stromberg, villano que sin tener el carisma de otros si que tiene los medios que otros desearían.
Constantemente presentado en una mesa comiendo, como sus tiburones mascota, Bond topa con un melómano al que no se le puede hacer razonar con dinero, porque su extravagante estilo de vida ya era señal de que tiene poco aprecio por las cosas materiales, las cosas humanas, y solo habla fascinado de un utópico mundo marino que sucederá gracias a las bombas nucleares que la propia humanidad ha construido.
Volvemos al agua como en otras misiones, aunque esta vez el nuevo vehículo de Q lo hace todo más divertido.

Ahí, entre todo ese lío, aguantando, sonriendo, luchando, y siendo elegante, está este James Moore Bond, capaz de mirar con deseo a su perseguidora y de tomarse hasta los asesinatos más crudos con el humor necesario. Quién sabe si esta es su gran aventura, donde la forma, las visiones espectaculares, nublan de esa forma el fondo, el hecho de que todo es más intrascendente de lo que parece.
Lo que sí queda claro, y cómo, es que nadie lo hace mejor.
Charles
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