Se sabe de sobra que, en cuestión de lugares encantados, no importa tanto lo que ya hay, sino lo que se ha traído en forma de comportamiento, recuerdos o arrepentimientos.
Y muchas veces, la conciencia de saber todo eso que uno lleva encima, en esos lugares, se ve desafiada por el hecho de no conocer todo lo que nos rodea: nos aterra, nos revuelve la falta de control sobre lo malo y lo bueno, porque lo que habita en un espacio prohibido del que no se sabe nada podría ser cualquier cosa, nuestro mayor deseo o nuestra mayor ruina (lo que sea, pero que sea... "algo").
Eso es lo que más podría inquietarnos, porque apela directamente a estar presente sin nunca estar visible, dibujando sombras en nuestra comodidad y paranoias en la rutina.

'Pesadilla Diabólica' es, en esencia, la historia sobre un espacio prohibido.
Uno que existe en la mansión Allardyce "desde tiempos inmemoriales, y permanecerá mucho después de que te hayas ido", como los hermanos que la habitan se encargan de recordar, y uno que la familia Rolf había ignorado hasta el mismo momento en que les dicen que está.
Ellos, como buena familia pudiente de vacaciones en el campo, pronto entierran la inquietud que les ha provocado su mención, y se comprometen a cuidar de ese espacio, esa habitación donde habita la madre de los dos hermanos, durante todo el tiempo que dure su estancia vacacional.

La sugestión es evidente y a la vez es invisible: si no fuera por fugaces notas de la banda sonora, creeríamos que todo está bien, que el verano se va a consumir en perezosos descansos y baños en la piscina, pero...
Pero pequeños detalles se niegan a encajar donde siempre han estado. Nada demasiado importante, ausencias cuando todos salen al jardín, presencias de una pesadilla infantil, melodías que nadie parece escuchar activamente y sin embargo parecen envolver impulsos misteriosos... es fascinante cómo se siente una mano perversa, desenvolviendo el dulce caramelo que es la vida de los Rolf.
Y mientras, la habitación de la madre sigue desconocida en el piso de arriba, irrumpiendo de vez en cuando en alguna conversación, nunca totalmente inactiva como revelan las bandejas consumidas, pero tampoco dejando total tranquilidad: cuando las incomodidades abruman, todo el mundo quiere despejar el misterio del espacio prohibido, como si fuera un ruido molestando, que nadie sabe de dónde viene.

Los entes misteriosos o los demonios acosadores están de más: el terror surge de acciones insospechadas, de jardines floridos con naturaleza de vampiro, quizá de tardes gastadas sumergidas en viejas fotografías, o tal vez sutiles cambios de apariencia; detalles menores como los que han ido desapareciendo, que al mostrar su presencia extienden una negra mancha de tinta sobre la fotografía perfecta.
A este respecto, el terror tampoco viene de una mano negra, sino de la negligencia de una abuela, el cabreo de un marido o la negativa sexual de lo que había sido una esposa "ejemplar"; todo ello revelando pequeñas grietas donde el hastío hace mella.
Y es bastante interesante que Marian empiece a descuidar sus tareas o se ausente de las desgracias familiares, como si la casa estuviese concediendo una libertad envenenada a lo que era un ama de casa desplazada.

En perspectiva, esta historia habla de nuestra curiosidad, y cómo en ella podemos encontrar oscuridades que nunca supimos apreciar.
Pero donde en verdad se hace terrorífico este relato es dejando claro que existen abismos inexplorados, que tal como encontramos debemos abandonar.
No vaya a ser que el abismo de vuelta nos quiera mirar.