Hamaguchi traspasa la frontera de los clichés del cine japonés. Consigue hacer más legible y emocionante el simbolismo propio del cine nipón, aunque alarga demasiado un metraje que deja claro el mensaje.

Las arterias que bombean ritmo a la película son esas carreteras por las que discurre la conducción y donde se ensayan los textos. También sirven de excusa para la narración, que busca en la repetición y en la conducción los mejores amigos para permitir a la soledad hacerse protagonista.

Los personajes, propios del teatro, aportan el elemento idóneo a cada escena, no hay nada injustificado. También los escenarios, aunque el coche sea un lugar recurrente, se asocian con diferentes estados de ánimo.

Creo que consigue emocionar por aunar una eficacia visual con pocos recursos efectistas, por tener una historia bonita que contar y por el respeto que se respira entre personajes que saben que han sufrido. El dolor y su curación parecen eternos, pero aprenden a sentir cómo es posible el duelo en sus muchas facetas.

Me dio rabia leer críticas que aseguraban que es una película amena, "un caramelito que se hace corto". No confundan, la película dura tres horas que se alargan un poco de más. Es profunda y emocionante, me encantó, pero no es un producto sencillo y ameno.

Será la próxima "Parásitos" en cuanto a popularidad.