El chico flacucho es ninguneado por sus semejantes, obligado a realizar las tareas más bajas, limpiando y limpiando platos en una sucesión de días que parece que se prolongará toda la vida.
Pero el chico tiene algo que no tiene el resto, los ojos claros y el corazón puro. Esto captara la atención del hechicero, de Merlin, que cojera al joven bajo su tutela para ponerle en el lugar que se merece en el mundo. Este camino de aprendizaje, sembrado de peligros y de dudas, convertiría al pequeño Arturo en todo un hombre, descubriendo las intrincadas de redes de lo que significa ser humano: el amor, la amistad, la lucha, el saber, etc...
Nadie elige sus circunstancias, y arrojados a esta existencia azarosa nos afanamos por ver cumplidos nuestros anhelos, nosotros los soñadores como John Lennon. La perseverancia es una virtud, y el viejo Merlin nos enseña a luchar, a no rendirnos, a seguir incansables los deseos que propugnan nuestros corazones de oro.