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España España · Madrid
Voto de horacio:
9
Drama Andrew Beckett, un joven y prometedor abogado de Philadelphia, es despedido del prestigioso bufete en el que trabaja cuando sus jefes se enteran de que ha contraído el sida. Decide entonces demandar a la empresa por despido improcedente, pero en un principio ningún abogado acepta defender su caso. (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un actor mediocre como Tom Hanks rompió sus límites en esta ocasión; dejó de hacer correctamente los deberes y entró en la piel de un hombre distinto a él con un dolor y un coraje desconocidos.
Es probable que a Denzel Washington le hubiese pasado lo mismo, porque aunque él sí es un extraordinario actor con muy variados registros y posibilidades, aquí desarrolla con parsimonia y delectación un hombre diferente que ha de vérselas con lo peor y lo mejor de su personalidad: sus atávicos prejuicios y su voluntad de superarlos.
Ambos personajes, cliente y abogado, se deberán enfrentar a unos enemigos sin escrúpulos, y también a lo más grande del ser humano, aquello capaz de derrotar a lo más codicioso y atroz: la solidaridad.
Y más aún cuando la familia del humillado y acorralado se yergue victoriosa en una unión que hace la fuerza, comandada por padres y hermanos que le amarán sin condiciones, pase lo que pase y se diga lo que se diga de él porque son sabios en el arte de amar a un hombre de gran calidad humana, haya hecho lo que haya hecho con su cuerpo y sus placeres más íntimos.

Tras ellos: dos modelos de conducta detestable en las cimas del poder: el cínico patrón Jason Robards y su abogada capaz de la mayor crueldad para lograr sus objetivos: Mary Steenburgen, inolvidable creación de un ser temible.

Después de su habilidad para el trhiller más morboso de la época, El silencio de los corderos, filme que a su vez escondía una bellísima historia de amor no consagrado, Philadelphia le muestra capaz de intensas emociones al borde del suspense más inquietante.

Pero hay algo más. Algo muy bien tratado cinematográficamente, pero que ahonda en aspectos muy poco frucuentados por el cine: la unión de los contrarios cuando se instala una fuerza amorosa que no entiende de distingos pueriles.
Y es que lo que une definitivamente al abogado y su cliente, es el aria que canta María Callas. Una pieza admirable de una ópera muy poco conocida, fuera de los circuitos habituales, "Andrea Chenier", de Giordano, la única obra que dio la vuelta al mundo de este autor, estrenada en 1896.

Callas era Madelaine, la actriz enamorada de Chenier, el poeta en los duros tiempos de la Revolución Francesa. No doy más detalles. No vienen a cuento. La importancia de esta secuencia es que el abogado, hombre simplón con repelús por los homosexuales, a la primera se encuentra incómodo, fiel a la leyenda de que la ópera sólo interesa a esa clase de gente o a los burgueses... hasta que le llega al alma esa letra en torno a la muerte de un ser querido... no entiende el italiano, pero percibe el sentimiento que transmite, y mientras su cliente encuenta solitario sosiego en esa tristeza bellísima del bel canto, él corre a los brazos de su esposa, que duerme como toda la ciudad en esa noche que se quiere eterna: una noche en que el amor se apresa para siempre; un amor que no entiende de subterfugios, prejuicios ni ideología.
horacio
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