Ya en su segundo filme, John Carpenter se marca la primera obra maestra de su filmografía. En principio se iba a tratar de un western, pero ante la dificultad de comercial con una película perteneciente a un género ya obsoleto, se decidió introducir la historia en un marco urbano contemporáneo, respetando, eso si, los códigos internos del western.

Con unos actores completamente desconocidos, y un presupuesto realmente reducido, Carpenter convierte una historia que en otras manos habría sido una rutinaria película directa a vídeo, en una película repleta de tensión y con un tempo narrativo sencillamente envidiable, controlando ya todos los aspectos formales del film, desde la fotografía de Douglas Knapp hasta la obsesionante banda sonora, compuesta por él mismo como es habitual, y que alcanza cotas realmente escalofriantes. Véase la situación (unos policías y prisioneros encerrados en una comisaría vacía y enfrentados a fuerzas callejeras prácticamente ilimitadas) casi como un remake de Río Bravo, de Howard Hawks.