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Voto de Baxter:
10
7,5
77.609
Romance. Drama
La apacible pero anodina vida de Francesca Johnson (Meryl Streep), un ama de casa que vive en una granja con su familia, se ve alterada con la llegada de Robert Kincaid (Clint Eastwood), un veterano fotógrafo de la revista National Geographic, que visita el condado de Madison (Iowa) para fotografiar sus viejos puentes. Cuando Francesca invita a Robert a cenar, un amor verdadero y una pasión desconocida nacerá entre ellos. (FILMAFFINITY)
28 de enero de 2008
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los puentes de Madison no es una más de las películas de Clint Eastwood; es una película clave en su transición hacia el compromiso fílmico con otros ámbitos narrativos, hacia obras posteriores de un mayor calado emocional. Aunque Eastwood rompe con su anterior filmografía para contar una historia netamente romántica, no debemos olvidar que, si bien el núcleo de sus obras lo componen películas de acción, también ha realizado con esmero excelentes dramas, como El aventurero de medianoche, Bird (tal vez la mejor película de la Historia del Cine dedicada al jazz), Un mundo perfecto, el excepcional western Sin perdón, Mystic River, o su última y magistral Million Dollar Baby. Incluso su segunda película como director, Primavera en otoño (1973) ya contaba la historia de amor de un hombre maduro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Con guión de Richard LaGravenese, Los puentes de Madison cuenta la historia del encuentro entre un fotógrafo del National Geographic, que está haciendo un reportaje sobre los puentes techados típicos de esa región de Iowa, y una mujer cuyo marido e hijos pasan fuera unos días. La historia se desarrolla en la más pura tradición del cine romántico, pero en ningún caso el cine de Eastwood es relamido o cursi. El director trata la historia con respeto, con tolerancia, emoción, estética elaborada y con la pareja perfecta: él mismo y una muy contenida y excepcional Meryl Streep, tal vez en el mejor papel de su carrera junto al de Karen Blixen en Memorias de África.
Y nos cuenta la historia desde la reivindicación del amor imposible, dejándonos a nuestro juicio las connotaciones morales de lo que está bien o mal en materia de sentimientos. El adulterio sólo es una palabra y un freno social al imparable poder de las emociones; el corazón no responde a juicios de valor, religiosos o éticos cuando de lo que se trata es de haber encontrado lo que se había buscado desde siempre, aunque permaneciese oculto a nuestras percepciones, incluso a nuestros sueños. Desde el principio, Eastwood nos ofrece su visión sincera y limpia ante ese universo desconocido para el resto de ciudadanos del orbe que es el mundo rural estadounidense. Cuando Robert Kincaid y Francesca se encuentran, el primer contacto es el convencional entre dos extraños. Ella avanza en su interés hacia él conforme va desvelándole su mundo interior, su actividad vital, el conocimiento que éste tiene del mundo, que ya ha recorrido en más de una ocasión, y su envidiable independencia. Ella no espera más de la vida que lo que ésta le ha deparado: un marido trabajador e hijos sanos. Él encuentra en esta mujer abnegada el encanto de una personalidad sin explorar, la sensualidad de sus gestos, de sus manos al ordenarse el pelo, la quietud y serenidad de sus segundos de reflexión, su equilibrio y capacidad de entusiasmarse…
Y en ningún lugar del mundo ni en ninguna otra película ha habido tanto silencio como el que creó este genial hombre de cine con un intermitente a la izquierda y con un semáforo en verde en Los Puentes de Madison, momentos después de que Robert Kincaid se calara hasta los huesos con ese aguacero silencioso y amargo. Lo fácil es no darle un Oscar a un actor como él, ya le costó un mundo y varias obras maestras como ésta que se le reconociera como director. Ahora resulta imprescindible y lo difícil será negarle un lugar entre los mitos consagrados del Séptimo Arte.
Y nos cuenta la historia desde la reivindicación del amor imposible, dejándonos a nuestro juicio las connotaciones morales de lo que está bien o mal en materia de sentimientos. El adulterio sólo es una palabra y un freno social al imparable poder de las emociones; el corazón no responde a juicios de valor, religiosos o éticos cuando de lo que se trata es de haber encontrado lo que se había buscado desde siempre, aunque permaneciese oculto a nuestras percepciones, incluso a nuestros sueños. Desde el principio, Eastwood nos ofrece su visión sincera y limpia ante ese universo desconocido para el resto de ciudadanos del orbe que es el mundo rural estadounidense. Cuando Robert Kincaid y Francesca se encuentran, el primer contacto es el convencional entre dos extraños. Ella avanza en su interés hacia él conforme va desvelándole su mundo interior, su actividad vital, el conocimiento que éste tiene del mundo, que ya ha recorrido en más de una ocasión, y su envidiable independencia. Ella no espera más de la vida que lo que ésta le ha deparado: un marido trabajador e hijos sanos. Él encuentra en esta mujer abnegada el encanto de una personalidad sin explorar, la sensualidad de sus gestos, de sus manos al ordenarse el pelo, la quietud y serenidad de sus segundos de reflexión, su equilibrio y capacidad de entusiasmarse…
Y en ningún lugar del mundo ni en ninguna otra película ha habido tanto silencio como el que creó este genial hombre de cine con un intermitente a la izquierda y con un semáforo en verde en Los Puentes de Madison, momentos después de que Robert Kincaid se calara hasta los huesos con ese aguacero silencioso y amargo. Lo fácil es no darle un Oscar a un actor como él, ya le costó un mundo y varias obras maestras como ésta que se le reconociera como director. Ahora resulta imprescindible y lo difícil será negarle un lugar entre los mitos consagrados del Séptimo Arte.