Woody Allen se mete en el cuerpo del actor Owen Wilson para interpretar, en su enésima película como director, a un nostálgico guionista americano enamorado de París y de sus años 20. A la medianoche, y tras escapar de su superficial prometida y sus amigos pedantes, Gil es invitado a subir a un antiguo coche que le llevará a cumplir su más increíble fantasía, a conocer a los más variopintos personajes y a descubrir que el presente, insatisfactorio o no, es el tiempo que toca vivir.
Lo que no resulta insatisfactorio, más bien todo lo contrario, es el guión de esta nueva genialidad del neoyorquino. Una historia que sorprende, cautiva y hace sacar más de una sonrisa por los diálogos ágiles y originales, y por todos los simpáticos guiños a la historia del arte. Unos guiños personificados por gran variedad de secundarios que toman importante protagonismo en una película donde todos los actores, destacando a Owen Wilson en el papel protagonista, están correctos y hasta espléndidos. Igualmente espléndida resulta la fotografía y sobre todo, la dirección artística, que ayudada de la banda sonora, consigue transportarnos a todas las épocas doradas, presentes y pasadas, de la ciudad de la luz.
Una vez más, el sello de Woody Allen impregna su obra, y lo vuelve a hacer de forma exquisita llevando a reflexionar desde su neurosis al espectador sobre el tiempo presente, y generándole interés por cruzar las puertas de la tienda de nostalgia, “Retorno al pasado”.