Como no podía ser de otra manera, "Aguas oscuras" narra una historia interesante, incluso necesaria, pero que mejor le hubiese ido en un formato documental o quedándose en el artículo periodístico, porque no sale de ahí. No alcanza el nivel emocional que demanda una película y sólo se dedica a contar lo que sucedió, sin condimentos ni aliño de ninguna clase. Aún suerte de un director que imprime su elegancia característica y convierte semejante material pesado en un material pesado pero refinado a la vista.

Nadie duda de la importancia de lo que se cuenta aquí, ni mucho menos minusvaloro el honor del abogado que cambia de bando y da su vida, literalmente, para hacer justicia. Mi admiración al tesón de ese hombre y su sufrimiento a lo largo de más de una década. Lástima que lo interprete alguien tan parco como Mark Ruffalo. Mejores están Bill Camp, Mare Winningham y Bill Pullman en un personaje explosivo. Incluso Anne Hathaway está mejor, a pesar de la nimiedad de su cometido.

El resumen fundamental de la película lo manifiesta el propio protagonista: "el sistema está amañado". No puedo estar más de acuerdo y no me puede parecer mejor que, cuantas más películas mejor, incidan en este mensaje, a ver si así nos hace reaccionar y los plebeyos, que es lo que somos, empezamos a quemar las calles. Dicho esto, y reincidiendo en mi idea primigenia, el poderío que goza su fondo no logra que "Aguas oscuras", así como le sucedía a "Tierra prometida" o su coetánea "The Report", se zafe de su mayor losa: el tedio.