Un estímulo inquientante el que ofrece Wilder en una de sus varias comedias tentadoras, no son escandalosas ni gamberras, pero ponen en situación y dibujan personajes para el disfrute, condenados a entenderse que conectan por un destino que traza un mismo trayecto con cultura, huyendo de chistes fáciles y con diálogos que tienen el sello de este gran director, seguir las huellas progenitoras y hacer el ridículo, trámites del padre y la madre que dejan un legado que ocultar para convertirse en una herencia espiritual.

Un recorrido napolitano que se entremezcla con sus gentes y costumbres y que añade un ingrediente más tierno que dramático, amantes hipócritas que se van moldeando del viejo verde al hombre de gran espíritu en un misterio de enredos ocurrido en la bahía de los cabos sueltos, un retiro sobre el hijo egoísta y la hija a dieta, una historia pícara de fácil digestión sobre Willy y Kate, pero que contiene robos y negociaciones y un amanecer que cambia el rumbo del humano.

No importa de lo que hablaban porque tan solo escuchaban, la historia de amor contagia a sus protagonistas que repiten, siguen sus pasos no se sabe hasta ni hacia dónde, se involucran a contratiempo y dejan emanar sentimientos hasta alargarlo, del desastre y la desgracia aparece el paraíso, tres ataudes y el destino que Bruno quería...