Los tontos son feos y los triunfadores son guapos, los tontos de extrañas ocupaciones acompañan a la cena a los triunfadores cuyas vidas son propias de los cerdos, así se debe pasar una noche en grande, para destripar unas aficiones que, vistas de modo objetivo, son respetables, pero cualquier mal golpe jugando al golf abre una historia alternativa, sencilla en todo momento y salpicada por momentos cotidianos bien conducidos, una oportunamente inoportuna y siniestra diversión, donde los estatus se equilibran y donde se cobran su merecido a través de gags de mediana importancia en lo humorístico, que al fin y al cabo era el objetivo.

Un lío que huye del espectáculo y se centra en una noche para no dormir, para mezclar analgésicos con alcohol, una noche sin límites para la estupidez que llega a ser bastante cansina, pone en juego el matrimonio y el patrimonio, fútbol y vino, inspectores y artistas en una escasa capacidad de resolución que repite excelentes planes de reconciliación con ejecuciones estúpidas, es la venganza de los idiotas, con criterio para la desdicha y la desesperación.