De esta película se criticó que Elliott Gould no era el actor idóneo para este papel. Tal vez ese fuera el propósito de Robert Altman, presentar un tipo desgarbado, como ese gran escritor de la novela negra americana, Raimond Chandler, describió a Philip Marlowe, el detective privado por antonomasia, honrado a carta cabal e irónico como nadie, siempre escaso de dinero.
A mi me valió el señor Gould; tal vez hay un abuso exagerado de pitillos en su boca, hasta cuando está en el suelo recién atropellado, pero está convincente como los demás actores de la película. Se sitúa a Marlowe en un escenario más actualizado, en Malibú, con una casita en la playa y un asunto enredado y también en su apartamento, en un edificio con un laberinto de pasillos y de terrazas, y tiene a unas vecinas exhibicionistas, como proclamaban ser los nuevos tiempos por aquellos años. Es la película de las ventanas, de los reflejos y de las conversaciones agrias. No olvidarán nunca el gran botellazo de coca cola, al menos a mí se me quedó grabado. Es una película inolvidable con el clásico sabor policíaco de los 70, de las series de entonces, cine negro completo.
Marlowe es el detective más a propósito de llevar al cine y esta película refleja el verdadero aire del detective privado americano de los 70. Ahí verán a Arnold Schwarzenegger enseñando sus musculitos, en sus primeros pasos. Lo único que se echa de menos es no poder traspasar al completo la ironía literaria de Raymond Chandler, pero hay más que suficiente.
Un argumento de mafias con un desenlace que arma la película.
Una joya escondida.