La empiezas con recelo. Enseguida caes como en un suave encanto. Un pueblo tranquilo donde todo es armonía, ¿cómo es posible que esta película hace 30 años escandalizara a América? Sin lugar a dudas. Porque vivimos en un mundo extraño, creemos que nuestro vecino es un tío majo y vete tú a saber qué horrible circo tiene montado en su casa.

Terciopelo azul es uno de los universos más perversos al que puedas enfrentarte, nada de gore ni películas raras o fantasiosas, cercanía y realidad es lo que cuenta. Esta película está impregnada de una elocuencia de pesadilla y, lo peor, es que pertenece a la realidad palpable. El mal requiere de sus esclavos y vive de la humillación. Terciopelo azul lo cuenta, un mundo hermético del que nunca sospechas.

La obra más acertada de Lynch, y seguramente lo sea. Contra la apatía del protagonista (Kyle MacLachian) y la sensualidad enfermiza de Isabella Rossellini incluso cantando "Blue Velvet", queda la inquietud que despierta el hombre de amarillo (no recuerdo que un personaje despertara más intranquilidad sin decir ni pío en toda la película). Y siempre tenemos la notable construcción del personaje diabólico por parte de Dennis Hopper. Increíble su expresión ensimismada oyendo cantar "In my dreams" a su compañero de fatigas (Dean Stockwell), siguiéndole con la letra en un murmullo. Dios los cría y ellos se juntan.

Se necesita mucha experiencia, desde la infancia incluso, en el sentir tortuoso personal para crear esta obra maestra del miedo y del misterio, para sentir la complejidad y profundidad de ese mundo. Entiéndase película de miedo y misterio sin ser una película típica de miedo o de terror, o sea, de sustos, echa para asustar. El caso es que si nos ponemos en el lugar del muchacho, pasaríamos miedo pero de verdad.