De todos los profesionales que salieron para recomendar la nueva serie de El caso, de la 1ª, ninguno dijo nada interesante, pero el que llamó la atención fue el Sr Lobatón ya que éste dirigió uno de los programas de investigación en plan intrigante de más éxito en la televisión: Quién sabe dónde.

De ahí se puede sacar la lección de cómo llevar una serie que se va a dedicar a presentar casos criminales reales sucedidos a quién sabe nadie. Exacto, la forma de presentarlos debía ser la misma: de forma aséptica, como hacía el Sr Lobatón. Pero de nuevo nos presentan los mismos clichés, los mismos estereotipos y los mismos malos modos.

¿Por qué un veterano periodista tiene que cabrearse porque le ponen de compañera a una joven periodista? ¡Pero si la realidad es que para cualquiera de nosotros en el mismo caso sería un honor y un orgullo! Pero claro, hay que fijarse en los casos policíacos americanos de los clásicos Clint Eastwood o Bruce Willis que le ponen a un imberbe de colega y se cabrean. Ahí mal porque eso funciona en otro estilo de películas y al otro lado del charco. Es una auténtica mala costumbre eso de presentar personajes cabreados, que saltan a la mínima. Para respetar al televidente, hay que empezar por respetar a los personajes y dotarlos de personalidad propia, no cortarlos a todos por el mismo patrón.

En una secuencia se ve a la periodista, una joven coqueta recién licenciada, en un bar con la copa de coñac en plan estoy de mal rollo, déjame en paz. Por favor, ¿qué me estáis contando? Si se ha conseguido una fenomenal y estupenda ambientación, un vestuario de lo más acertado, y lo has colocado todo en Madrid, años 60, ¿cómo me metes a una muchacha en la tasca en plan Liam Neeson: la voy a liar otra vez, iros a tomar por culo?

¿Por qué el padre de la periodista tiene que ir a la redacción a cagarse en la santa madre de tal y cual porque su hija está ahí trabajando? Sólo, y fijaros lo que digo, sólo le ha faltado llegar con la chapa de la gaviota azul y el carné del PP en la frente. ¡Pero si para cualquier padre, y más para uno de derechas, sería un orgullo saber que su hija se ha colocado a trabajar y encima en donde ella quiere! Y si le quisiera decir algo, se lo diría de buenas y en su casa, para eso está la educación.

¿Por qué hay que enmascarar la realidad con un cuento chino sobre que la pareja de periodistas se cuela por una barrera de seguridad de la base norteamericana de Torrejón? Que el guardia era negro, no chino, y además así, no engañas ni a un chino de los años 60, y eso que estaban menos espabilados que hoy, lógicamente, como todos. Y luego con la tarta hasta el despacho central de la base, con todos los mandos reunidos. ¿Eso cómo se come? Que son periodistas, no son Starsky y Hutch.

Si a esta serie coges a Margarita Landi, al policía, al periodista y a su joven ayudante, al director en plan director, profesional a tope, amable, ¿por qué no?, así te sales de lo de siempre, añades los casos sangrientos y a los personajes los haces trabajar con realismo, buenos modos, seriedad y un poco de romanticismo, etc, etc, unos toque de humor, momentos de análisis, etc, y menos gritos, insultos y ahora me hago el listo y se la cuelo, que nunca se da en realidad, podías empezar a trabajar con aspiraciones reales a crear una buena serie que además informaría con veracidad de esos sucesos acaecidos en la época de los 60, sucesos sangrientos y verídicos, hoy día desconocidos. Pero así, no me creo nada.