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Voto de Juanjo Iglesias:
9
7,3
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Cine negro. Thriller. Intriga
La vida de Al Roberts, un pianista de Nueva York, se convierte en una pesadilla cuando decide hacer auto-stop para buscar a su novia que vive en Los Ángeles. Lo que Roberts no puede imaginar, es que su periplo se verá envuelto en una serie de problemáticos acontecimientos que acabarán arrastrándolo a una situación límite. (FILMAFFINITY)
3 de marzo de 2012
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera vez que vi “Detour”, supuso una experiencia cinematográfica sin parangón, para un amante del género negro como yo. La capacidad de Ulmer para introducir al ensimismado espectador dentro de su paranoica pesadilla y de hacerlo partícipe de sus ensoñaciones y alucinaciones particulares, es abrumadoramente eficaz y poéticamente persuasiva. La sombra de su maestro Murnau, sobrevuela una historia puramente Hollywood, años 40.
Este largometraje podría ser el ejemplo paradigmático que demuestre que para realizar una gran película, en los años cuarenta, no era necesario pertenecer a una de las majors. Se rodó en seis días en un pequeño estudio de la compañía PRC Inc. con un presupuesto de veinte mil dólares, allá por 1945 y la historia la ha colocado como una de las mayores curiosidades de aquella época dorada de Hollywood en la que las grandes estrellas de cine, rodaban films de cine negro. Nos encontramos ante, quizá, la obra maestra de lo que podríamos llamar cine negro de serie B.
Tras un comienzo en el que se prevé un drama de corazones solitarios, con la crisis del 29 ondeando en la lejanía, donde el pianista de pequeño club de jazz de Nueva York y la bella y joven cantante, aspirante a actriz de Hollywood, sueñan con amarse eternamente, la película se convierte en un soñoliento, lóbrego y sombrío viaje que mezcla, crimen, thriller, cine negro, drama, intriga, misterio y road movie en una fusión de géneros donde prevalecen los excesos y ausencias de luz y los juegos y escrupulosos engaños de guión.
Lo más interesante del film es su sensación claustrofóbica de ensueño. Los contrastes de luces y sombras exagerados y esa capacidad para influenciarse del expresionismo alemán, con categórica modernidad dejan constancia de esta “rara avis”, que hace de la diferencia y la originalidad, sus signos de identidad.
El guión plantea un desasosegante viaje por la culpa, donde sus solitarios, melancólicos y desesperanzados personajes, nos llevan a su antojo por el terreno de la duda y la desconfianza. Su mayor poder narrativo es el de jugar con los pensamientos del espectador, con lo que sabe y sobre todo con lo que cree saber. Tiene la virtud del cine negro de sorprender y conseguir que nada sea lo que parece, con milimétrica habilidad para el desconcierto y sabiendo dejar en el aire esas dudas que al buen espectador le encanta resolver a su manera. En este ambiente tétrico donde las sombras y el miedo lo cubren todo, se percibe una fuerza que controla todo. En la novela de Goldsmith se cita claramente a Dios, como la fuerza que mueve a su antojo el destino de los protagonistas, pero en el guión será el propio destino el que maneje a su antojo el bien y el mal, para crear víctimas y culpables. La historia transcurre a lo largo de la travesía realizada a dedo por el pianista Al Roberts, entre N.Y.C y L.A. para encontrarse con su novia, tras la decisión de esta de intentar ganarse la vida como actriz en Hollywood.
Este largometraje podría ser el ejemplo paradigmático que demuestre que para realizar una gran película, en los años cuarenta, no era necesario pertenecer a una de las majors. Se rodó en seis días en un pequeño estudio de la compañía PRC Inc. con un presupuesto de veinte mil dólares, allá por 1945 y la historia la ha colocado como una de las mayores curiosidades de aquella época dorada de Hollywood en la que las grandes estrellas de cine, rodaban films de cine negro. Nos encontramos ante, quizá, la obra maestra de lo que podríamos llamar cine negro de serie B.
Tras un comienzo en el que se prevé un drama de corazones solitarios, con la crisis del 29 ondeando en la lejanía, donde el pianista de pequeño club de jazz de Nueva York y la bella y joven cantante, aspirante a actriz de Hollywood, sueñan con amarse eternamente, la película se convierte en un soñoliento, lóbrego y sombrío viaje que mezcla, crimen, thriller, cine negro, drama, intriga, misterio y road movie en una fusión de géneros donde prevalecen los excesos y ausencias de luz y los juegos y escrupulosos engaños de guión.
Lo más interesante del film es su sensación claustrofóbica de ensueño. Los contrastes de luces y sombras exagerados y esa capacidad para influenciarse del expresionismo alemán, con categórica modernidad dejan constancia de esta “rara avis”, que hace de la diferencia y la originalidad, sus signos de identidad.
El guión plantea un desasosegante viaje por la culpa, donde sus solitarios, melancólicos y desesperanzados personajes, nos llevan a su antojo por el terreno de la duda y la desconfianza. Su mayor poder narrativo es el de jugar con los pensamientos del espectador, con lo que sabe y sobre todo con lo que cree saber. Tiene la virtud del cine negro de sorprender y conseguir que nada sea lo que parece, con milimétrica habilidad para el desconcierto y sabiendo dejar en el aire esas dudas que al buen espectador le encanta resolver a su manera. En este ambiente tétrico donde las sombras y el miedo lo cubren todo, se percibe una fuerza que controla todo. En la novela de Goldsmith se cita claramente a Dios, como la fuerza que mueve a su antojo el destino de los protagonistas, pero en el guión será el propio destino el que maneje a su antojo el bien y el mal, para crear víctimas y culpables. La historia transcurre a lo largo de la travesía realizada a dedo por el pianista Al Roberts, entre N.Y.C y L.A. para encontrarse con su novia, tras la decisión de esta de intentar ganarse la vida como actriz en Hollywood.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Toda la trama se resuelve mediante los quehaceres de dos personajes sumamente representativos del género. El hombre que divaga entre la más inocente honestidad y la más ruin de las culpas, cuyo carácter es apocado, sumiso, cobarde, medroso y timorato al que oiremos nombrar como Al Roberts y cuyo rostro dará forma Tom Neal. Y la dominante, lasciva, posesiva, despótica y agresiva “Femme Fatal”, que se hará llamar Vera y encarnará Ann Savage.
Técnicamente es un auténtico prodigio del buen hacer, del cine como artesanía ante la dificultad y del buen oficio. La narración está contada a modo de flashback durante la casi la totalidad de la historia, recurso que aparte de reducir épicamente el gasto de recursos económicos, explica todo lo que quiere explicar añadiendo un ambiente de ensoñación muy particular. El otro tema importante en este sentido es el uso de la voz en off, de nuevo por razones obviamente económicas y que da un juego magnífico. Sitúa al protagonista entre el bien y el mal, en el lugar del funambulista caminando sobre el alambre, siempre al borde del abismo. Esto recarga las situaciones y el ambiente de situaciones psicóticas, de climas enfermizos colmados de culpas, miedos e impotencias.
La habilidad de Ulmer en la gestión de recursos es admirable. Con una rotunda escasez económica y con la inestimable ayuda del director de fotografía Benjamin H. Kline, dejó impregnado en película el origen de estilos como el del propio David Lynch, en “Carretera perdida”. Si Welles y Toland eran los tipos que más presupuesto en iluminación necesitaban para su seminal y esplendorosa fotografía, aquí ocurre precisamente lo contrario, con un resultado infinitamente más modesto, pero con el brillante logro de imitar con suma perfección el estilo expresionista del mejor cine negro.
La banda sonora de Leo Erdody se mueve con un estilo magnífico entre el mejor charlestón y el cabaret, mezclados con temas para orquesta bellos y muy cinematográficos, que superan en cierto sentido la calidad de Serie B de las imágenes. La música es terriblemente creativa y cumple siempre con su función de ambientar, pero lo hace muy especialmente a la hora de servir al narrador, momento en el que hace terriblemente creíble lo que nos cuenta, además de sumirnos en una exquisita pesadilla.
“Tirad sobre el pianista” (Tirez sur le pianiste, 1960), rinde un claro homenaje a esta obra maestra, poco conocida y aún no valorada en su auténtica medida.
Técnicamente es un auténtico prodigio del buen hacer, del cine como artesanía ante la dificultad y del buen oficio. La narración está contada a modo de flashback durante la casi la totalidad de la historia, recurso que aparte de reducir épicamente el gasto de recursos económicos, explica todo lo que quiere explicar añadiendo un ambiente de ensoñación muy particular. El otro tema importante en este sentido es el uso de la voz en off, de nuevo por razones obviamente económicas y que da un juego magnífico. Sitúa al protagonista entre el bien y el mal, en el lugar del funambulista caminando sobre el alambre, siempre al borde del abismo. Esto recarga las situaciones y el ambiente de situaciones psicóticas, de climas enfermizos colmados de culpas, miedos e impotencias.
La habilidad de Ulmer en la gestión de recursos es admirable. Con una rotunda escasez económica y con la inestimable ayuda del director de fotografía Benjamin H. Kline, dejó impregnado en película el origen de estilos como el del propio David Lynch, en “Carretera perdida”. Si Welles y Toland eran los tipos que más presupuesto en iluminación necesitaban para su seminal y esplendorosa fotografía, aquí ocurre precisamente lo contrario, con un resultado infinitamente más modesto, pero con el brillante logro de imitar con suma perfección el estilo expresionista del mejor cine negro.
La banda sonora de Leo Erdody se mueve con un estilo magnífico entre el mejor charlestón y el cabaret, mezclados con temas para orquesta bellos y muy cinematográficos, que superan en cierto sentido la calidad de Serie B de las imágenes. La música es terriblemente creativa y cumple siempre con su función de ambientar, pero lo hace muy especialmente a la hora de servir al narrador, momento en el que hace terriblemente creíble lo que nos cuenta, además de sumirnos en una exquisita pesadilla.
“Tirad sobre el pianista” (Tirez sur le pianiste, 1960), rinde un claro homenaje a esta obra maestra, poco conocida y aún no valorada en su auténtica medida.