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Voto de Antonio Morales:
8
Aventuras En la segunda mitad del siglo XI, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, se hizo célebre por sus victoriosas campañas contra los musulmanes durante la reconquista del Reino de Valencia. Acusado injustamente de traición, Rodrigo mata en duelo al padre de Jimena, que lo rechaza y se encierra en un convento. Este es el punto de partida de numerosas peripecias: las intrigas del conde García Ordóñez, el desafío del rey Ramiro de Aragón y ... [+]
25 de abril de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hoy existe una película épica, bella y hermosa sobre el personaje de Rodrigo Díaz de Vivar, hombre valiente, magnánimo, leal y generoso al que los árabes llamaron “El Cid”, nombre que denomina sus valores humanos, es gracias al productor Samuel Broston afincado en España, desde finales de los años cincuenta del pasado siglo. Este ruso de origen judío (sobrino de Leon Trotski) y pasaporte norteamericano obtuvo el beneplácito del dictador produciendo películas de gran presupuesto. Fue él, quien puso en marcha esta gran proyecto al que se sumaría más tarde Anthony Mann, uno de los cineastas con más talento que han existido (con la serie de westerns que realizó junto a James Stewart, ya merece estar entre los grandes), pero nunca ganó un Oscar y nunca se le consideró un maestro. Prueba de ello, es que llegó contratado por Bronston, tras ser despedido de Espartaco por Kirk Douglas que también ejercía de productor, seguidamente había tenido problemas con la Metro para hacer “Cimarrón”, por tanto esta es una película de productor.

Con un argumento basado libremente en algunas frases y acontecimientos de “El cantar del Mio Cid”, lo que propició que los historiadores la pusieran a parir por no guardar el rigor histórico, ¡Y qué narices me importa a mí el rigor histórico!, puede guardarlo y ser un peñazo insufrible, para eso están los libros de Historia, digo yo. Es una película épica al estilo de Hollywood con estrellas y espectáculo asegurado, por lo tanto que nadie se lleve a engaño. Pero también es una hermosa historia de amor, que no se, si ocurrió así, pero me parece maravillosa. Que se toma sus licencias poéticas, una reflexión sobre el héroe, sobre la lealtad, sobre la convivencia, y sobre todo ¡La tolerancia! Una película atemporal que se mantiene perfectamente desde su creación. La película prefiere la leyenda a la realidad, Mann lleva el personaje de El Cid al terreno épico y mesiánico, la del héroe solitario y enfrentado a su destino, para Mann “El Cid” es como un “western español”.

Mann se esmeró en las escenas de interiores de los actores, grandes estrellas entonces, una bellísima Sophia Loren como Jimena, y un Charlton Heston con una presencia física incontestable como Rodrigo. Las escenas de amor gozan de un bello lirismo, como la escena del pajar, en cambio en las escenas de batallas y exteriores, se muestra más impersonal, seguramente por estar rodadas por la segunda unidad dirigida por Yakima Canutt, aunque técnica y visualmente son poderosas, especialmente el duelo en Calahorra disputándose la ciudad. Espléndida la fotografía de Robert Krasker, con unos amaneceres de cielos rojizos sobre las playas mediterráneas y Miklos Rozsa compuso un tema de amor inolvidable. Una película en la que el paisaje cobra un protagonismo, como siempre le gustaba filmar a Mann en sus westerns. Esta película hizo por que se conociera España en todo el mundo, mucho más que cualquier campaña publicitaria.
Antonio Morales
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