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Voto de Antonio Morales:
10
Comedia. Drama. Aventuras Obra maestra de Chaplin, en la que interpreta a un solitario buscador de oro que llega a Alaska, a principios de siglo, en busca de fortuna. Una fuerte tormenta de nieve le llevará a refugiarse en la cabaña de un bandido. En 1942 fue reestrenada en versión sonora. (FILMAFFINITY)
25 de agosto de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún momento de su vida Chaplin manifestó que “La quimera del oro” era la película por la que le gustaría ser recordado. Como es notorio, los artistas suelen ser por lo general harto volubles y poco fiables cuando expresan la preferencia o el desdén por algunas de sus obras, un juicio que amén de cambiarse con frecuencia, no tiene porqué servir de dogma o guía para cuantos se acercan a disfrutar y compartir sus obras. Este film lanza un mensaje optimista sobre la vida, dejando un poso de acidez crítico sobre uno de los pecados que más odiaba Chaplin: la codicia. No en vano la trama nos traslada a principios del siglo XX, cuando miles de personas partieron hacia lugares inhóspitos en busca de la riqueza del oro.

Pero no sólo es una fábula moral, Chaplin nos ofrece una inventiva visual y cómica que luce en su esplendor, para mí esta película ocupa un lugar preferente en mi corazón, hay una magia especial en ese hombrecillo que a ratos me hace reír, como hay momentos que siento un nudo en la garganta con ciertas escenas, como la Nochevieja que espera a Georgia para cenar, mientras que ella sólo pretende mofarse con sus estúpidos amigos del ingenuo soñador enamorado que prepara una humilde y cuidada cena. Chaplin integra lo cómico con lo dramático y viceversa, añadiendo a la vez una amarga ironía.

Amargura que no excluye un sentido de lo trágico abocado al más puro de los ridículos. Para Chaplin, «enfrentados a nuestra propia indefensión o a las fuerzas de la naturaleza, no nos queda más remedio que reírnos o volvernos locos». Desde esta perspectiva cabe abordar y degustar esta película. La célebre secuencia en que Charlot, hambriento y muerto de frío, se come sus botas con todo el exquisito refinamiento de un “gourmet”, extrayendo los clavos como si fueran los huesos de alguna ave, engulléndose cordones a modo de spaghettis, o troceando la suela como si fuese la mejor de las viandas, deja constancia de las intenciones del cineasta.

De igual manera debe apreciarse el momento en el que Big Jim, compañero de Charlot, pasto de las alucinaciones que le provoca el hambre, ve al desdichado vagabundo como un gigantesco pollo presto para trinchar. “La quimera del oro”, pues, permanece como una obra maestra del cine por su elaborada dramaturgia del gag como excusa para la expresión visual. Esto es, fundamentalmente, el medio por el cual Chaplin llega a emocionar en sus películas. El cine del mítico cineasta británico era, por encima de todo, forma. «Hay que trabajar la manera de exponer una idea, intrigar al ojo sobre cómo va a verse en la pantalla», aseguraba Chaplin. La película encierra secuencias como el baile de los panecillos, donde el virtuosismo de Chaplin en el terreno de la pantomima lo pone lejos del alcance de sus imitadores. Pero los aciertos de “La quimera del oro” no terminan ahí; en ninguna película hemos visto tan clara la soledad de Charlot en el mundo como en esos planos generales del vagabundo en la inmensidad de las montañas nevadas, ni la desesperación de su lucha por la supervivencia.
Antonio Morales
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