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Voto de Antonio Morales:
9
Drama. Bélico En el Japón medieval, el poderoso señor Hidetora decide abdicar y repartir sus dominios entre sus tres hijos. El menor considera que la idea es absurda y sólo servirá para causar problemas. Su padre, enfurecido, lo deshereda. Muy pronto descubrirá su error: la ambición hará que sus hijos mayores se enfrenten por el poder en una cruenta guerra. Se inspira en el drama de Shakespeare "El rey Lear". (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cultura japonesa clásica nos ofrece muchas figuras, palabras e imágenes que la fantasía y el intelecto se esfuerzan en asimilar. Aturdidos por su complejidad y variedad, habitualmente nos detenemos en aquellos personajes e iconos cuya capacidad de sugestión, agresividad física, suntuoso artificio y exotismo, colman ciertas afinidades instintivas. Y, sin duda, el samurái es uno de los personajes más populares, uno de los iconos más poderosos que, de inmediato, transmiten al espectador occidental una idea del Japón tan folclórica como romántica.

“Ran” es la segunda incursión de Akira Kurosawa en la dramaturgia de Shakespeare, antes lo había hecho con Macbeth en “Trono de sangre”, en esta ocasión adapta libremente El rey Liar, en este gran fresco histórico que es “Ran”. Recreada en el Japón feudal, es una tragedia familiar de carácter histórico, una fratricida lucha por el poder. Kurosawa había recorrido una trayectoria de profunda lucidez que le hace afrontar esta reflexión sobre el ejercicio del poder en términos histórico-políticos, desde una óptica cargada de un pesimismo lúcido y enérgico. El poder como instrumento de represión y como objeto de posesión para la perpetuación de sí mismo. El poder como un arma destructora generadora de “caos” (traducción de Ran) y capaz de dinamitar toda posibilidad de racionalidad histórica.

El film se articula sobre la figura de un patriarca enfrentado a sus tres hijos, cada uno de ellos reaccionando de forma completamente diferente a cómo esperaba el padre. “Ran” se abre con un “tour de force” que ya es toda una declaración de principios sobre la construcción del film por parte del cineasta: una fascinante cacería de jabalíes, filmada con la cámara muy baja y planificación corta, con el constante movimiento de los mamíferos salvajes sometidos por el desplazamiento de los jinetes a caballo. Kurosawa armoniza espectáculo e intimismo con facilidad, las secuencias bélicas de batallas están filmadas con gran precisión y claridad para que el espectador siga perfectamente los acontecimientos. El color de los estandartes – rojo, amarillo y azul – nos sirve para distinguir cada ejército como contrapunto del plano. El preciosismo pictórico de la puesta en escena, el estilo ágil y elegante del montaje, mientras que en las escenas intimistas prevalece el conflicto interior de los personajes.

Aquí reside, en esencia, la dimensión reflexiva de una obra grandiosa por su belleza plástica, que toma como pretexto la obra del dramaturgo isabelino, pero cuyas imágenes generan por sí mismas suficiente autonomía dramática y visual para desarrollar con plena independencia un discurso profundamente anclado en el Japón de los samuráis, deudor de la cultura y formas niponas y heredero inequívoco de una obra personal autónoma. Siguiendo la estela y la iconografía de su anterior film, “Kagemusha”, en su épica, en su desmesurado lirismo y en su vena humanista, “Ran” se muestra como la contribución de mayor altura que el cine oriental entrega, por su propia radicalidad, de conversión lingüística entre el teatro y el cine. Los ecos de Shakespeare reverberan inequívocos sobre el fondo de sus bellas imágenes, pero éstas despliegan por la pantalla una síntesis extraordinariamente compleja capaz de armonizar un discurso personal coherente con la evolución de Kurosawa. Unas formas propias que generan la poderosa e intransferible personalidad de una obra irrepetible.
Antonio Morales
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