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Voto de Antonio Morales:
8
Comedia. Drama. Bélico Italia, 1916 (Primera Guerra Mundial). La lucha en las trincheras es una auténtica carnicería. En un regimiento italiano, los soldados Oreste y Giovanni son dos cobardes, cuya amistad se basa, sobre todo, en la búsqueda de la supervivencia. Pero, de repente, van a convertirse en un ejemplo de heroísmo. (FILMAFFINITY)
1 de marzo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mario Monicelli es un gran cineasta italiano a reivindicar, maestro de la tragicomedia que la ejerció con sibilina ironía, siempre a la sombra de sus coetáneos más famosos, De Sica, Fellini y Visconti, pero no por ello menos interesante. “La gran guerra” es seguramente su obra maestra, aunque a primera vista, podría parecer una simple mezcla de comedia y drama, de intriga circunspecta y trama picaresca, muy del gusto del cine italiano de la época. Y así es, para qué negarlo. Pero también hay algo más, mucho más, pues esta historia de dos vividores, interpretados por Alberto Sordi y Vittorio Gassman, que se conocen en el ejército, durante la Primera Guerra Mundial, y pasan por el conflicto bélico como si la cosa no fuera con ellos, pues no es sólo una parodia del cine bélico, ni el canto del cisne de la comedia italiana, sino todo eso y mucho más.

Arranca con unos primeros planos que chapotean en el barro, de manos que agarran una cuchara para comer el rancho, cosen un botón o cortan con una navaja una hogaza de pan: son soldados italianos. En scope y blanco y negro – fotografía de Giuseppe Rotunno -, poseen una poderosa fuerza expresiva y advierten que no es un film sobre comportamientos heroicos, sino sobre las condiciones de vida y el sufrimiento de los soldados en el frente de combate, lo cual le valió a Monicelli, la acusación de vilipendiar a las fuerzas armadas, pues la realidad de “La Gran Guerra” fue una infamia organizada de forma miserable.

Oreste y Giovanni son dos pícaros que dan rostros concretos al habitual anonimato de la masa de soldados, explotando uno su oportunismo y el otro su amoralidad, su principal preocupación es la forma de evadirse del peligro. Eso les hace vivir varios episodios en los que la vena cómica se funde admirablemente con la trágica y la delicadeza poética con la intuición dramática. El cineasta toscano armoniza el humanismo en el tratamiento de los personajes con brillantez y elegancia. Tan admirable resulta la capacidad del cineasta para la farsa, siguiendo a la pareja de pillos en su periplo por pueblos, campos y trincheras, como para hacer inolvidables a los numerosos personajes secundarios mediante pequeños detalles jocosos.

El nauseabundo vacío de los discursos patrioteros, las crueles batallas entre los alambres de espino, el sonido y el resplandor de los cañonazos que actúan de fondo en algunas escenas, las bengalas que rompen la oscuridad de la noche… En todo momento se tiene la sensación de estar asistiendo, con la sonrisa congelada, a una puesta en imágenes del absurdo de la existencia y la estupidez de la guerra. Por eso “La Gran Guerra” no es sólo lo que vemos, sino la herencia que dejó, la desaparición de unas formas de vida que se vieron arrastradas al anonimato y la alineación por la marea implacable de los nuevos tiempos.
Antonio Morales
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