Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Antonio Morales:
9
Drama. Romance Año 1849, en Nueva York. Catherine Sloper, una rica heredera, tímida, inocente, poco agraciada y no muy joven, es pretendida por un apuesto joven. Ella se enamora de él apasionadamente, pero su cruel y despótico padre se opone a la boda y amenaza con desheredarla. Adaptación de la novela de Henry James "Washington Square". (FILMAFFINITY)
26 de enero de 2014
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
William Wyler ha sido denostado en infinidad de ocasiones por la crítica vanguardista cercana al denominado cine de autor, por su falta de “estilo” y personalidad, despachándolo como el representante oficial del academicismo, autor de trabajos más o menos sólidos pero carente de inspiración, un aplicado artesano que, no obstante, tenía una aureola de prestigio por tratarse más de un realizador de guión, que de un realizador de puesta en escena, acusándole también de ganar unos cuantos Oscars por “servir” convenientemente a la industria de Hollywood. Pues bien, menos mal que el tiempo, ese juez insobornable e inmisericorde que deja a cada uno en su lugar, ha hecho justicia, me parece que todas esas insidias han quedado obsoletas y ridículas, y la mayoría de sus películas permanecen en la memoria del cinéfilo.

Nadie como él ha sabido escrutar los pliegues del alma en sus fascinantes y desgarrados melodramas (Jezabel, La loba y La carta, con su admirada Bette Davis), la grandeza de sus temas universales, el amor, el odio, la codicia, el despecho y la venganza, como en este que nos ocupa. Basado en la novela decimonónica de Henry James “Washington Square”, con una excelente adaptación del matrimonio Goetz escrita previamente para Broadway, Wyler recrea la sociedad y los valores de la clase alta neoyorquina, donde el “leit-motiv” de la trama se resume en una palabra: desengaño. Catherine Sloper, heredera de una cuantiosa fortuna (una grandiosa Olivia de Havilland) es una mujer tímida, insegura y poco agraciada físicamente, que vive sometida a la prepotencia y crueldad de su padre, el acaudalado doctor Austin (un excelente Ralph Richardson) que adora a su fallecida esposa denostando a su hija al compararla con ella.

Subyugada por la oferta amorosa del arribista Morris Towsend (correcto Monty Clift) sin oficio ni fortuna, pero de lustrosa oratoria, y apoyándose en la tía Lavinia (estupenda Miriam Hopkins), voluntariosa celestina presta a solventar el futuro de su acomplejada sobrina, Catherine aguarda con ilusión y esperanza que su padre aprueba la relación. Y es entonces, cuando apreciamos el “estilo” de Wyler, que lleva el texto a su terreno: la gran dirección de actores en la que podemos intuir lo que piensan, sólo con las miradas y gestos; la brillantez de sus diálogos, lacerantes y perversos algunos del doctor hacia su hija, “Mírate al espejo, tu única virtud es el bordado, he de reconocerlo”; los detalles de puesta en escena, cómo acaricia Catherine los guantes olvidados por Morris; la lluvia y las escaleras como elemento dramático, la dirección artística.

El itinerario moral que sufren los personajes, especialmente Catherine, engañada y estafada en su buena fe, su vestuario es fiel espejo de sus sentimientos, al principio tonos oscuros hasta los tonos claros, las mentiras, las traiciones, el despecho y el rencor, con una gran fotografía de Leo Tover que sustituye al operador habitual Gregg Toland, recién fallecido, su atractivo casting, la seductora música de Aaron Copland adaptando la melodía “Plaisir d´amour”, la difícil sencillez de sus planos, nada aparatoso, tal vez poco personal pero apreciable en su conjunto, este es el “estilo” de Wyler, tanto en el western “El forastero” y “Horizontes de grandeza”, como el gran espectáculo “Ben-Hur”.
Antonio Morales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow