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Voto de Antonio Morales:
8
Drama. Terror En una isla viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan... (FILMAFFINITY)
1 de febrero de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman reflexiona sobre la creación artística en “La hora del lobo” (como también lo había hecho en “Como en un espejo” con un escritor), a través de la obsesión que el pintor Johan Borg (Max Von Sydow), tratando de explicar su egoísmo como artista, ve a la vez como una enfermedad moral y como una prueba de haber sido “elegido” para la tarea de dar figura a sus demonios interiores. Las debilidades del ser humano y el lado más oscuro de éste, Bergman se interesa por el mundo de los sueños, inspirándose en la literatura de E. T. A. Hoffman, por la interiorización del horror, sin duda el film más explícito del cineasta sobre el tema del proceso de creación artística y el sentido del arte.

El artificio cinematográfico está presente aquí, igual que en “Persona”, aunque en este caso en los títulos de crédito, sobre los cuales se hace oír los preparativos del rodaje de la primera secuencia (en la que Liv Ullman sale de la cabaña caminando hacia la cámara y habla dirigiéndose a ella en un largo plano fijo), la mujer habla de su marido, el pintor: comenta que le gustaba el silencio y no quería ver a nadie, no dormía por las noches y tenía miedo a la oscuridad. Liv Ullman dirigiéndose a nosotros introduce la ficción, mostrándonos como el cine transforma a la actriz en esposa de Johan Borg: Alma.

La pareja llega a una isla donde van a vivir apartados del mundo (es ya el desembarco de la ficción en la realidad), marcando la idea de la soledad, el retiro, cobran su tributo, sobre todo a un artista sensible, a una persona que alimenta su creatividad con la observación y la reflexión: sus fantasmas interiores a los que da el nombre de “devoradores de hombres”, son sus insistentes compañeros diurnos y nocturnos, de manera especial en la hora del lobo, ese momento en que amanece, en el que nacen y mueren más seres humanos. Mientras esos fantasmas se van haciendo más insistentes, nuestro hombre ya es incapaz de distinguir la realidad del sueño, entre lo vivido y lo soñado. Alma se va quedando cada vez más sola en una isla que tiene su voz propia, el sonido del viento y del mar.

El discurso de Bergman flota, etéreo, como un elemento más del ambiente de la isla, junto al viento y el rumor del mar, entre la idea de los caníbales intelectuales o devoradores de hombres, y el vampirismo del arte. “Hubo un tiempo en que las noches eran para dormir, para soñar y levantarse sin temores”, dice Johan, entre la nostalgia y el terror. Para Bergman la fantasía sólo puede crear libremente paisajes, personajes y situaciones hostiles al artista, quien siempre arriesga ser víctima de la esquizofrenia. El terror es el fantasma de esa libertad.
Antonio Morales
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