Raoul Walsh adapta a la iconografía del western la excelente novela policíaca de William Ridley Burnett que el mismo Walsh había llevado a la pantalla como “El último refugio”, un film “noir” y rural con Humphrey Bogart e Ida Lupino. El cineasta se reinventó a sí mismo mejorando el argumento, en mi opinión, haciéndolo más romántico y fatalista, aunque también más áspero. “Juntos hasta la muerte” es el título en español, demasiado gráfico para un film que en su original “Colorado Territory”, establece un juego de palabras entre el escenario donde acontece la acción, las llanuras y montañas rocosas del estado de Colorado y el nombre de la protagonista femenina, Colorado Carson (Virginia Mayo).

Cine sin énfasis, bañado por la naturalidad. Wes McQueen (Joel McCrea) se fuga de la cárcel gracias a la ayuda de una anciana enviada por un amigo de fechorías, apoyándose Walsh en una ingeniosa elipsis y en tono jocoso arranca la película, que contrasta abiertamente con el resto del film, un western sombrío. Tras visitar la tumba de su amada Martha, escena clásica fordiana, su vida es un itinerario maldito que lleva a Wes, que sólo desea dejar la vida delictiva para empezar desde cero, a enamorarse de la mujer que no debe, la embaucadora Julie Ann (Dorothy Malone) que sólo piensa en el dinero y una vida placentera.

Pero aparecerá Colorado, una fogosa mestiza que es la única persona en la que puede confiar, una mujer de oscuro pasado que está dispuesta a todo por Wes. Rodeado de bribones en ambos lados de la ley, se presentan como una pareja de amantes fugitivos, el único instante feliz entre ambos es tan breve que apenas dura un parpadeo: mientras se abrazan y tejen unos planes de futuro que el pasado hará imposibles de forma inmediata. El fatalismo nunca llorón, más bien resignado, en ocasiones indiferente, es una de las señas de identidad que define a dos seres acostumbrados a huir y a esconderse.

Raoul Walsh narra con clara vocación de clásico, de estilo vigoroso y la sencillez como conquista típica en los pioneros del cine, un western árido y terroso, Walsh siempre supo sacarle un buen partido al paisaje. La poesía de esta obra maestra reposa sobre los fantasmagóricos escenarios donde tiene lugar la acción: el cañón de la muerte, la misión abandonada de Todos los Santos y una necrópolis india llamada La Ciudad de la Luna que está habitada por escorpiones y lagartos, la luz espectral de las fogatas. En estos extraños y abruptos territorios se articula una de las películas más liricas y mágicas de Walsh.