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Voto de Doctor Zaius:
9
7,2
7.220
Drama
Kolia vive en un pueblito a orillas del mar de Barents, al norte de Rusia. Tiene un taller de mecánica al lado de su casa, donde vive con su joven esposa y su hijo, fruto de una relación anterior. El alcalde del pueblo está decidido a apropiarse de la casa y del taller de Kolia a toda costa. Primero intenta comprar el terreno, pero Kolia no está dispuesto a vender. (FILMAFFINITY)
9 de febrero de 2015
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribía Marx en el Capital un párrafo que se ha hecho especialmente célebre: "todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones mutuas". En él describe los efectos corrosivos del capitalismo sobre las relaciones sociales y su capacidad para eliminar sin contemplaciones cualquier obstáculo a su mecanismo de expansión y retroalimentación permanente.
Leviatán es, conscientemente, supongo, una especie de parábola que describe las consecuencias de este proceso en la Rusia contemporánea, poniendo en pie una historia en la que se cruzan el drama particular del propietario de una casa ubicada en un paraje idílico a punto de ser expropiada y la tragedia colectiva de una sociedad abandonada a la ley del más fuerte y a los designios de una maquinaria de estado corrupta hasta el tuétano.
La acción tiene lugar en alguna ciudad del norte ruso, situada a miles de kilómetros -suponemos- de la capital, de esa metrópoli capaz de irradiar civilización por la vía del derecho y de mantener ésta en pie gracias al monopolio de la violencia que ejerce el estado. Con todo, a medida que nos alejamos de estos poderosos centros de producción de legitimidad, las cosas se vuelven más difusas: la frontera entre lo legal y lo ilegal se emborronan y la maquinaria del estado, corroída en su interior debido a la presencia de auténticas mafias de funcionarios corruptos, se convierte en una apisonadora al servicio de intereses personales. Es fácil identificar al Leviatán del título con la dicha maquinaria: dos de los protagonistas de la película sufren en sus carnes las consecuencias del enfrentamiento con ella. En la biblia cristiana Leviathan es la encarnación del mal: un monstruo que vive en las profundidades de los océanos y que está emparentado con la serpiente que sedujo a Adán y Eva conduciéndolos a su expulsión del paraíso. Este mal absoluto es identificado en la película con la trama formada por la "gente honorable" del pueblo: el alcalde, los funcionarios de la administración y de la justicia, los policías y el pope ortodoxo.
Y es esta red de delincuente legales que conforman eso que solía denominarse "las fuerzas vivas" la que da forma al Leviatán del título. El Mal absoluto se sustancia en una constelación de males particulares que actúan movidos exclusivamente por la codicia. No es tanto una cuestión de debilidades de carácter como un problema estructural en el que cada individuo es una pieza con poco margen de maniobra. La película no es moralista -por lo menos durante la mayor parte del metraje-, no carga tanto el acento en las mezquindades individuales -aunque tampoco pasa de largo ante ellas- como en la configuración de la sociedad en la que viven los protagonistas. Y es, al apelar al condicionante colectivo de las existencias individuales, una película de marcado carácter político, que pone sobre la pantalla la incapacidad de la política, de la propia democracia y del estado de derecho diría yo, para sobrevivir en un entorno en el cual lo único que cuenta es el afán de lucro descarnado y el uso de la violencia para que sus engranajes funcionen con soltura. En este sentido, este pueblo en el límite entre lo civilizado y lo bárbaro parece funcionar como metonimia de toda la sociedad rusa al exponer una serie de conflictos que trascienden lo que serían las problemáticas propias de una villa pequeña.
Visualmente la película apabulla con su fotografía de ese norte descarnado y semidesértico, con las panorámicas de las carreteras interminables, con los planos de ese mar que bate con violencia sus playas y acantilados. Si lo bello es la combinación de lo hermoso y lo terrible, podríamos decir que los paisajes en las que se desarrollan las distintas escenas son de una belleza indiscutible. En ocasiones, incluso, rozando el delirio, como en esos planos en los que un esqueleto de una ballena varada en una de las playas ilustra con la efectividad de lo violento la decadencia de lo que, intuimos, fue una antaño vibrante ciudad pesquera ahora sin actividad.
Para estructurar la parábola Zvyagintsev construye varios escenarios con sus propias reglas, con su lógica interna definida con exactitud: el interior de la casa del protagonista, en la que los conceptos de lo doméstico y de lo familiar se amalgaman con una claustrofobia de baja intensidad y una tenue sensación de cierre; los paisajes abiertos que parecen no terminar nunca y que remiten a una insignificancia de lo humano frente a la naturaleza; la línea de costa, con ese mar amenazante y permanentemente en tensión del que parece a punto de surgir algún tipo de bestia; las oficinas de la administración, con ese regusto al Kafka del Proceso, con ese rumor hobbesiano que recorre toda la película y que en esos lugares resuena de forma especialmente intensa; las dependencias del pope ortodoxo, en las que lo terrenal y lo divino se condensan bajo la forma del lujo. Cada paisaje, natural o humano, determina un tipo de escena y parece arrinconar a sus personajes, obligándolos a desarrollar una conducta concreta. Cada individualidad, más que movida por la fuerza de sus deseos, parece condenada a ser empujada por el peso de la estructura social y de la historia colectiva modelada, entre otras cosas, por un paisaje que parece aplastarlo todo.
(sigue en "spoiler")
Leviatán es, conscientemente, supongo, una especie de parábola que describe las consecuencias de este proceso en la Rusia contemporánea, poniendo en pie una historia en la que se cruzan el drama particular del propietario de una casa ubicada en un paraje idílico a punto de ser expropiada y la tragedia colectiva de una sociedad abandonada a la ley del más fuerte y a los designios de una maquinaria de estado corrupta hasta el tuétano.
La acción tiene lugar en alguna ciudad del norte ruso, situada a miles de kilómetros -suponemos- de la capital, de esa metrópoli capaz de irradiar civilización por la vía del derecho y de mantener ésta en pie gracias al monopolio de la violencia que ejerce el estado. Con todo, a medida que nos alejamos de estos poderosos centros de producción de legitimidad, las cosas se vuelven más difusas: la frontera entre lo legal y lo ilegal se emborronan y la maquinaria del estado, corroída en su interior debido a la presencia de auténticas mafias de funcionarios corruptos, se convierte en una apisonadora al servicio de intereses personales. Es fácil identificar al Leviatán del título con la dicha maquinaria: dos de los protagonistas de la película sufren en sus carnes las consecuencias del enfrentamiento con ella. En la biblia cristiana Leviathan es la encarnación del mal: un monstruo que vive en las profundidades de los océanos y que está emparentado con la serpiente que sedujo a Adán y Eva conduciéndolos a su expulsión del paraíso. Este mal absoluto es identificado en la película con la trama formada por la "gente honorable" del pueblo: el alcalde, los funcionarios de la administración y de la justicia, los policías y el pope ortodoxo.
Y es esta red de delincuente legales que conforman eso que solía denominarse "las fuerzas vivas" la que da forma al Leviatán del título. El Mal absoluto se sustancia en una constelación de males particulares que actúan movidos exclusivamente por la codicia. No es tanto una cuestión de debilidades de carácter como un problema estructural en el que cada individuo es una pieza con poco margen de maniobra. La película no es moralista -por lo menos durante la mayor parte del metraje-, no carga tanto el acento en las mezquindades individuales -aunque tampoco pasa de largo ante ellas- como en la configuración de la sociedad en la que viven los protagonistas. Y es, al apelar al condicionante colectivo de las existencias individuales, una película de marcado carácter político, que pone sobre la pantalla la incapacidad de la política, de la propia democracia y del estado de derecho diría yo, para sobrevivir en un entorno en el cual lo único que cuenta es el afán de lucro descarnado y el uso de la violencia para que sus engranajes funcionen con soltura. En este sentido, este pueblo en el límite entre lo civilizado y lo bárbaro parece funcionar como metonimia de toda la sociedad rusa al exponer una serie de conflictos que trascienden lo que serían las problemáticas propias de una villa pequeña.
Visualmente la película apabulla con su fotografía de ese norte descarnado y semidesértico, con las panorámicas de las carreteras interminables, con los planos de ese mar que bate con violencia sus playas y acantilados. Si lo bello es la combinación de lo hermoso y lo terrible, podríamos decir que los paisajes en las que se desarrollan las distintas escenas son de una belleza indiscutible. En ocasiones, incluso, rozando el delirio, como en esos planos en los que un esqueleto de una ballena varada en una de las playas ilustra con la efectividad de lo violento la decadencia de lo que, intuimos, fue una antaño vibrante ciudad pesquera ahora sin actividad.
Para estructurar la parábola Zvyagintsev construye varios escenarios con sus propias reglas, con su lógica interna definida con exactitud: el interior de la casa del protagonista, en la que los conceptos de lo doméstico y de lo familiar se amalgaman con una claustrofobia de baja intensidad y una tenue sensación de cierre; los paisajes abiertos que parecen no terminar nunca y que remiten a una insignificancia de lo humano frente a la naturaleza; la línea de costa, con ese mar amenazante y permanentemente en tensión del que parece a punto de surgir algún tipo de bestia; las oficinas de la administración, con ese regusto al Kafka del Proceso, con ese rumor hobbesiano que recorre toda la película y que en esos lugares resuena de forma especialmente intensa; las dependencias del pope ortodoxo, en las que lo terrenal y lo divino se condensan bajo la forma del lujo. Cada paisaje, natural o humano, determina un tipo de escena y parece arrinconar a sus personajes, obligándolos a desarrollar una conducta concreta. Cada individualidad, más que movida por la fuerza de sus deseos, parece condenada a ser empujada por el peso de la estructura social y de la historia colectiva modelada, entre otras cosas, por un paisaje que parece aplastarlo todo.
(sigue en "spoiler")
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Frente a estos personajes (sobre)determinados por su condición, Zvyagintsev expone dos héroes de naturaleza muy diferente: el dueño de la casa que va a expropiar el alcalde y el abogado moscovita que acude a ayudarle. El primero es un mecánico vitalista a lo que le gusta disfrutar de la vida sencilla que lleva, una encarnación de cierta idea de lo que es un componente del "pueblo". El segundo es un idealista convencido de la fuerza del derecho, de la necesidad de la justicia y un creyente en el valor de los procedimientos legales como garantía de la civilización. Ambos son dibujados con finura, atravesados por toda clase de contradicciones y enfrentados a dilemas morales que los hacen evolucionar en su lucha contra la bestia. El aliento de ambos, nos dicen Zvyagintsev, no basta para cambiar el estado de cosas. La voluntad individual es insignificante frente a la malla de intereses personales que tiene contaminada la estructura de la administración y que es la encarnación física de una putrefacción ética total.
Dice Enzesberger en un pequeño ensayo sobre la mafia que ésta es "el capitalismo llevado hasta sus últimas consecuencias". Y esa atmósfera mafiosa que envuelve a todos los protagonistas se sustancia cuando llegan los momentos de la verdad: cuando parece que los deseos de justicia del mecánico y del abogado están a punto de verse recompensados, el uso de la violencia más brutal funciona como el botón rojo que restaura el orden existente. En este sentido, hay un pesimismo desolado que atesta todo el film al entregar el director a sus protagonistas a diversas formas de castigo personal que ponen encima de la mesa el rostro del leviatán, la corrosión de su aliento y la podredumbre de sus motivaciones.
La tesis central del filme explota hasta sus últimas consecuencias en el tramo final del metraje: las voluntades heroicas individuales nunca serán quien de modificar el estado de una sociedad, y, por lo tanto, lo-que-hay es inmutable. La desgracia particular de los protagonistas aparece así como correlato de la catástrofe social de todo un país. Y las luchas particulares semejan estar condenadas al fracaso, ya que, llegado el momento de tocar a los poderes establecidos, uno solo puede aguardar por una derrota absoluta que incluye la posibilidad de la aniquilación.
Finalmente, decir que, junto a "un toque de violencia" de Jia Zhang Ke, la película completa un díptico sobre el capitalismo contemporáneo más allá de nuestro conocido occidente que refuerza la sensación de que el mundo al completo se halla en una espiral de catástrofes de diferentes escalas que parecen inevitables. El carácter de semiwesterns de ambas transmite la idea de que hemos entrado en una era en la que civilización y barbarie conviven sobre un palmo de terreno mientras se redefinen las reglas del juego social, político y económico a gran velocidad. Este capitalismo global que se presenta como plantilla social intocable por todo el planeta bajo la máscara de la democracia liberal resulta ser la puerta a la barbarie absoluta. Frente a ella no bastan las heroicidades individuales. Es obligatorio ir mucho más allá de los sacrificios personales y de la desesperación que se extrae de las caídas consecuentes.
Dice Enzesberger en un pequeño ensayo sobre la mafia que ésta es "el capitalismo llevado hasta sus últimas consecuencias". Y esa atmósfera mafiosa que envuelve a todos los protagonistas se sustancia cuando llegan los momentos de la verdad: cuando parece que los deseos de justicia del mecánico y del abogado están a punto de verse recompensados, el uso de la violencia más brutal funciona como el botón rojo que restaura el orden existente. En este sentido, hay un pesimismo desolado que atesta todo el film al entregar el director a sus protagonistas a diversas formas de castigo personal que ponen encima de la mesa el rostro del leviatán, la corrosión de su aliento y la podredumbre de sus motivaciones.
La tesis central del filme explota hasta sus últimas consecuencias en el tramo final del metraje: las voluntades heroicas individuales nunca serán quien de modificar el estado de una sociedad, y, por lo tanto, lo-que-hay es inmutable. La desgracia particular de los protagonistas aparece así como correlato de la catástrofe social de todo un país. Y las luchas particulares semejan estar condenadas al fracaso, ya que, llegado el momento de tocar a los poderes establecidos, uno solo puede aguardar por una derrota absoluta que incluye la posibilidad de la aniquilación.
Finalmente, decir que, junto a "un toque de violencia" de Jia Zhang Ke, la película completa un díptico sobre el capitalismo contemporáneo más allá de nuestro conocido occidente que refuerza la sensación de que el mundo al completo se halla en una espiral de catástrofes de diferentes escalas que parecen inevitables. El carácter de semiwesterns de ambas transmite la idea de que hemos entrado en una era en la que civilización y barbarie conviven sobre un palmo de terreno mientras se redefinen las reglas del juego social, político y económico a gran velocidad. Este capitalismo global que se presenta como plantilla social intocable por todo el planeta bajo la máscara de la democracia liberal resulta ser la puerta a la barbarie absoluta. Frente a ella no bastan las heroicidades individuales. Es obligatorio ir mucho más allá de los sacrificios personales y de la desesperación que se extrae de las caídas consecuentes.