Con un tono de ironía mayor, con más toques de humor, con mayor maestría que la demostrada en la más famosa "Invasiones Bárbaras" Arcand retrata un mundo como el de cualquiera, de aquél que no ha tenido grandes metas ni grandes logros, pero tampoco estruendosos fracasos. Vive de un sueldo aceptable, cumple horarios, se escapa con un par de compañeros a fumar, trabaja en una megaoficina estatal, con desgano oye las quejas de muchos en peor situación a quienes no puede ayudar. Su vida marital es un desastre, absolutamente desplazado por el teléfono móvil y el trabajo de su esposa. Sus hijas ignoran si él llegó o no, cada una con un aparato electrónico diferente. Es decir, incluye Arcand en un simple retrato de época a una gran cantidad de seres que llegados a una cierta edad se preguntan: ¿Y ésto de qué va? En un comienzo su refugio es la imaginación, la prolífica imaginación que nos hace reír al plasmar sus más profundos anhelos: fama, triunfo profesional, asedio femenino, fantasías eróticas en su mejor estado. Pero llega el punto de corte, la mujer se larga con otro y éste hombre que hasta ahora vivía en un equilibrio mal sostenido decide cambiar de vida.