Y a través de eso trozo se dibuja la soledad, la soledad de los adultos de las grandes urbes contemporáneas, aunque vivan en pareja o con su papá o su hermana. Charlotte es aparentemente una mujer de vida sencilla, de día comparte la oficina de la inmobiliaria con un hombre unas décadas mayor y de noche cuida a ancianos. Su compañero de oficina comparte la casa con su hermana menor, Gaelle, quien con unos 30 años no pierde la esperanza de conocer al hombre de su vida y se aventura, no siempre con éxito, en citas a ciegas. Dan está en crisis laboral desde hace varios meses y su afición a la bebida lo ha llevado a enfrentar también crisis con su novia Nicolle. Conocemos solo los pies y los insultos del viejecito senil que cuida Charlotte en las noches y un poco más de cerca a su hijo, enfrascado en el trabajo para olvidar a su amigo que se ha ido.
Sin giros en el argumento que la hagan accesible al gran público, es más una película de atmósfera, que recuerda a un retrato. Un retrato hecho sin muchos brochazos, como invitándonos a completar con nuestros propios sentimientos y miedos lo que el autor apenas sugiere.