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Voto de Vivoleyendo:
8
7,2
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Drama
Tras ser expulsado de una población acusado de haber provocado un incendio, Ben Quick llega a un pueblo y es contratado por Will Varner, dueño y señor del lugar. Melodrama sureño, basado en relatos de William Faulkner, que permitió a un jovencísimo Paul Newman demostrar que era mucho más que una cara bonita. En efecto, gracias a este papel consiguió ganar el prestigioso premio al mejor actor en el Festival de Cannes. (FILMAFFINITY)
15 de mayo de 2010
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incendio es el que provoca un pletórico y despampanante Paul Newman, uno de los iconos más sexys y apolíneos de la actuación masculina contemporánea. Y es paradójico, pero el brillo profundo de sus iris del matiz azul de las aguas de un mar tropical no evoca frialdad (como se podría pensar de unos ojos azulísimos), sino calidez, pasión, hambre de vida. Newman llevaba un arrollador magnetismo en ese cuerpo esculpido por el cincel de una naturaleza generosa, en ese rostro penetrante de perfil griego y mirada taladradora. Y, además de un hombre de sobrados méritos físicos, era un actor endiabladamente bueno. Tan bueno que ni el veterano de veteranos Orson Welles, con su aplastante personalidad sobre los escenarios, fue capaz de eclipsarlo. Y ya era difícil, pues Orson, que como director llegó a ser un genio irregular, como intérprete podía a llegar salirse literalmente de las tablas. Su rostro de rasgos acentuados, casi grotescos cuando se lo proponía, y su vozarrón autoritario, eran una marca de identidad que proclamaba que el listón estaba alto.
Newman supo estar a la altura.
No sé qué tienen esos veranos del Profundo Sur, descritos por las más preclaras plumas de Estados Unidos. El clima abrasa de emociones violentas y encontradas, asuntos sin resolver que chisporrotean y se consumen lentamente para quemar la columna vertebral de familias ligadas a la tierra y a la posición social con cadenas de hierro.
Terratenientes que amasan imperios y manejan las voluntades a su antojo (Welles se las pintaba solo con papeles así), que ahogan la libertad de elección de los suyos y los crían como si fuesen parte del ganado o del mobiliario, destinados a sucederle y a engendrar descendientes que prolonguen la dinastía. Sin opciones a escoger otras salidas, pues ser hijos de un mandamás poderoso es una forma de esclavitud bien vista y de elevado prestigio, pero no mucho más avanzada y justa que la de los antiguos esclavos que no mucho tiempo atrás abundaban en esas mismas tierras.
Clara y Jody Varner se han educado bajo las zarpas implacables del terrateniente local, Will Varner. El sonsonete machacón les aporrea los oídos desde que tienen memoria: “Sed dignos de mi imperio, dadme nietos para continuarlo.” Los problemas dan la cara cuando resulta obvio que Jody no posee ni de lejos el fuerte carácter ni el ojo comercial de su padre, y Clara se resiste a ser tratada y vendida como una yegua que ha de concebir hermosos potros para satisfacción del patrón, y que éste pueda relamerse en su trono.
Newman supo estar a la altura.
No sé qué tienen esos veranos del Profundo Sur, descritos por las más preclaras plumas de Estados Unidos. El clima abrasa de emociones violentas y encontradas, asuntos sin resolver que chisporrotean y se consumen lentamente para quemar la columna vertebral de familias ligadas a la tierra y a la posición social con cadenas de hierro.
Terratenientes que amasan imperios y manejan las voluntades a su antojo (Welles se las pintaba solo con papeles así), que ahogan la libertad de elección de los suyos y los crían como si fuesen parte del ganado o del mobiliario, destinados a sucederle y a engendrar descendientes que prolonguen la dinastía. Sin opciones a escoger otras salidas, pues ser hijos de un mandamás poderoso es una forma de esclavitud bien vista y de elevado prestigio, pero no mucho más avanzada y justa que la de los antiguos esclavos que no mucho tiempo atrás abundaban en esas mismas tierras.
Clara y Jody Varner se han educado bajo las zarpas implacables del terrateniente local, Will Varner. El sonsonete machacón les aporrea los oídos desde que tienen memoria: “Sed dignos de mi imperio, dadme nietos para continuarlo.” Los problemas dan la cara cuando resulta obvio que Jody no posee ni de lejos el fuerte carácter ni el ojo comercial de su padre, y Clara se resiste a ser tratada y vendida como una yegua que ha de concebir hermosos potros para satisfacción del patrón, y que éste pueda relamerse en su trono.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Bajo esta tormenta sutil, aparece un atractivo y caradura trotamundos de dudosa fama, Ben Quick, que se introduce como una barrena en el centro de los conflictos y revuelve el enrarecido clima. Con descaro, no pestañea ante la arrogancia del patriarca, provoca los celos y las inseguridades del hijo, y aborda con gatuna agilidad la obstinada barrera de la hija. Un terceto hipnótico el de Welles-Newman-Woodward, en un duelo de ingenios, retos dialécticos y sarcasmo difícilmente superable en cualquier guión.
El Cinemascope realza la atmósfera en ebullición, la indomable e irresistible cualidad de Newman, la belleza de la Woodward y de la Remick, y el regodeo de Welles en sus magníficas dotes interpretativas, junto con una banda sonora de las que señalan, sin gran discreción, que estamos delante de un clásico.
El Cinemascope realza la atmósfera en ebullición, la indomable e irresistible cualidad de Newman, la belleza de la Woodward y de la Remick, y el regodeo de Welles en sus magníficas dotes interpretativas, junto con una banda sonora de las que señalan, sin gran discreción, que estamos delante de un clásico.