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Voto de Vivoleyendo:
8
7,6
5.610
Drama
Treinta años después de divorciarse, Marianne, obedeciendo a un impulso repentino, visita a Johann, que ahora vive retirado en su casa de verano en la isla de Dalarna. Continuación de "Secretos de un matrimonio" (1973). (FILMAFFINITY)
4 de marzo de 2010
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay gente que se casa, se divorcia, se vuelve a casar, se vuelve a divorciar, tiene hijos, y todo eso para terminar con sus huesos en una vejez solitaria, carcomida, con todas las cosas irremediables, que se han ido acumulando a lo largo de décadas, enquistadas, formando un tumor maligno que agria el ocaso. Hay gente que arriba a una senectud que es más un castigo que una conclusión pacífica. La muerte rara vez nos pilla con todos nuestros asuntos en paz. Yo diría que nunca.
Por eso, tener ya un número elevado de inviernos sobre el cuerpo, y sentir cercana la llamada de la parca cuando no se ha resuelto casi nada, y temer al hecho de que nos vamos con más incertidumbre de la que teníamos al llegar… Es entonces, justo entonces, cuando el chorro de agua fría cae helado sobre la nuca, ante la certeza de que se han desperdiciado incontables fragmentos del breve tránsito por la vida.
Se han echado a perder despreciando, odiando, estropeando las relaciones más importantes, distanciándose, por esa manía de la pereza, de la dejadez, de la inercia, o simplemente del hastío. Ser padres e hijos, ser pareja, no garantiza necesariamente más felicidad, no garantiza más comprensión, ni más compañía. Es una manera de engañar a la soledad, de huir del terror a tantear un vacío que no se irá.
Johan y Marianne se divorciaron hace mucho, y tuvieron otros cónyuges, pero ahora son ancianos y están solos. Perdieron el contacto, como se pierden las cosas que entran en la vorágine del olvido. Alejados de sus hijos, alejados de sí mismos, alejados de todo.
Marianne tiene el impulso de visitar a su ex-marido, tras más de treinta años sin verse ni hablar.
Ninguno de los dos fue el primero para el otro, y hubo otras personas después, pero probablemente sean los últimos.
La todavía deslumbrante Liv Ullmann presta su hermosa cara y su veteranía a Marianne, de visita a un gruñón y avinagrado Johan, un soberbio Erland Josephson. Ella actúa como testigo y observadora de las lastimosas relaciones entre su ex y el hijo de éste, Henrik, abrumado por la muerte de su esposa Anna. Y el dilema de la nieta de Johan, Karin, una violonchelista que mantiene una tortuosa interacción de dependencia mutua con su padre, al que teme abandonar para cumplir sus sueños.
Por eso, tener ya un número elevado de inviernos sobre el cuerpo, y sentir cercana la llamada de la parca cuando no se ha resuelto casi nada, y temer al hecho de que nos vamos con más incertidumbre de la que teníamos al llegar… Es entonces, justo entonces, cuando el chorro de agua fría cae helado sobre la nuca, ante la certeza de que se han desperdiciado incontables fragmentos del breve tránsito por la vida.
Se han echado a perder despreciando, odiando, estropeando las relaciones más importantes, distanciándose, por esa manía de la pereza, de la dejadez, de la inercia, o simplemente del hastío. Ser padres e hijos, ser pareja, no garantiza necesariamente más felicidad, no garantiza más comprensión, ni más compañía. Es una manera de engañar a la soledad, de huir del terror a tantear un vacío que no se irá.
Johan y Marianne se divorciaron hace mucho, y tuvieron otros cónyuges, pero ahora son ancianos y están solos. Perdieron el contacto, como se pierden las cosas que entran en la vorágine del olvido. Alejados de sus hijos, alejados de sí mismos, alejados de todo.
Marianne tiene el impulso de visitar a su ex-marido, tras más de treinta años sin verse ni hablar.
Ninguno de los dos fue el primero para el otro, y hubo otras personas después, pero probablemente sean los últimos.
La todavía deslumbrante Liv Ullmann presta su hermosa cara y su veteranía a Marianne, de visita a un gruñón y avinagrado Johan, un soberbio Erland Josephson. Ella actúa como testigo y observadora de las lastimosas relaciones entre su ex y el hijo de éste, Henrik, abrumado por la muerte de su esposa Anna. Y el dilema de la nieta de Johan, Karin, una violonchelista que mantiene una tortuosa interacción de dependencia mutua con su padre, al que teme abandonar para cumplir sus sueños.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Las zarabandas de Bach orquestan los compases atormentados de esta película teatral distribuida, como aquellas danzas, en un preludio, diez movimientos y un epílogo. Las parejas de danzarines se arrimaban y volvían a alejarse, ahora bailando a dúo, ahora separados, como el baile de Johan y Marianne, de Henrik y Anna, de Anna y Karin, de Henrik y Karin. Sus pasos por esta pista en la que danzamos todos, son los de bailarines que tratan de aproximarse para volver a moverse en la distancia, o que en verdad nunca han estado muy cerca de nadie, sabiendo que es inútil, y que nuestro baile será sólo nuestro, y que finiquitaremos el último giro en un salón desierto, las luces apagadas, sin público, sin aplausos, sin ovación. Sólo el silencio lóbrego de una sala olvidada.
Hasta la música más virtuosa es la antesala del silencio más abrumador.
Hasta la música más virtuosa es la antesala del silencio más abrumador.