Siento bastante respeto por el cine francés en general, con excepción de buena parte de la “Nouvelle Vague”. Aquellos experimentos a los que llamaban películas me son tan intragables como un jamón malo. Godard de por sí me cae directamente gordo, y cuando algún otro trataba de emular ese estilo repelente bajaba mucho el listón. Truffaut, buen director donde los hubiera, cayó en la aberración con aquella cosa a la que llamó “Jules y Jim”, francamente insoportable. Y Louis Malle, que posteriormente y para beneficio de la audiencia decidió abandonar esa ola de chorradas para dar un salto cualitativo grande, también se apuntó a esa etapa olvidable cuando rodó “Ascensor para el cadalso”.
Estaba predispuesta a ser agradecida con un artista al que he llegado a admirar, pero me resulta imposible con este mediocre exponente de cine negro disparatado que no provoca tensión ni intriga, sino unas ganas locas de pitorrearse de las veinte mil pamplinas del argumento y de lo pésimos que son los personajes.
Si queréis ver un ejemplo de planes que salen patéticamente y ridículamente mal, tan mal y con tal cúmulo de casualidades que te entra la risa floja, y encima metiendo una subtrama con dos niñatos gilipollas a lo Bonnie y Clyde en pañales, y una falta de interés mastodóntica, no busquéis más.
Lo vuestro no era el género noir, muchachos de la Nueva Ola. Mejor os hubierais dedicado a la comedia tonta, que se os daba mejor.