En esta segunda parte de Elizabeth, siendo reconocible con el estilo de la primera, aquí se subliman los escasos fallos de la primera, y se reniega de sus muchos aciertos.

Se me ocurren un sinfn de adjetivos que por separado dotan de estilo y carácter a un film, pero que todos juntos acaban indigestando, como son plumbeo, metafísico, poético, trascendente, onírico, existencial, esteticista, recargado, preciosista,... olvidando otros como carácter, intriga, emoción, rigor ... en suma los relacionados con el poderío propio de la historia.

Estamos en un claro caso de excesivo tratamiento del embalaje y escasa atención al contenido del paquete, todo queda fiado a la estética, y esta acaba saturando. Soy de los que pienso en lo imprescindible de la puesta en escena en las películas de época, y la grandiosidad que puede otorgar a una historia por lo general potente, pero en este caso parece que se renuncia a contar, y se nos limita a mostrar desde la lejanía no tanto los hechos sino un cierto conglomerado de sentimientos y emociones, sin que por supuesto se nos transmita empatía por ninguno de los protagonistas, ni tensión o emoción por lo que se cuenta, y que acaba desembocando en una especie de canonización kitch de la reina, más propia de Juana de Arco que de la protagonista.

Una pena de continuación de la que para mi fue una muy buena primera parte.