Conmovedora obra maestra. Eastwood nos transmite una intensa historia sobre los sueños, los fracasos, la redención, el afecto y las esperanzas. Sobre el esfuerzo exhaustivo que se necesita para alcanzar tus metas. Todo aquello que te propones y que deseas más que nada en la vida. Pero cuando logras estar en lo más alto, el destino te obliga a enfentrarte a un golpe demoledor. Un golpe que te cambiará la vida para siempre, para bien o para mal. El boxeo es plasmado con estricta consideración, como un deporte metódico psicológica y físicamente.

Maggie es una mujer soltera de 31 años; emprendedora, optimista y luchadora. Su ilusión es dedicarse al boxeo, y es su única forma de obtener la felicidad. Vive en una pobre casa y trabaja como camarera desde los 13 años. Su familia es ruin, egoísta, no la tienen aprecio, solo cuando hay dinero de por medio. Pero cuando conoce a Frankie, su principal ambición se hará realidad. Frankie es el mejor entrenador, sus muchos años de experiencia así lo confirman; testarudo, borde y arisco, pero con un corazón del tamaño de un puño. En su gimnasio trabaja su mejor amigo Scrap, un veterano del boxeo, enclaustrado en su pasado, del que retorna para repartir esperanza a los más débiles. Frankie tiene una hija, pero no se habla con ella, la escribe con frecuencia. Su fe le incita a visitar a diario la iglesia y así, algún día, poder liberarse de todos sus pecados. De pensamiento, es un hombre cerrado al mundo, que brinda oportunidades aquél que le parece que se las merece. Pero su entrañable y emotiva relación con Maggie le hará cambiar.

Una historia directa, triste, perfectamente narrada por la voz en off de Morgan Freeman y magistralmente dirigida por Eastwood. Hilary Swank realiza un prodigioso y maravilloso trabajo, con una actuación admirable.

“Mo Cushla, Mo Cushla, Mo Cushla…” vitorean eufóricamente el público expectante en un combate decisivo.

Una frase para el recuerdo: “La lejía huele a lejía”.