Argento está considerado como uno de los directores más influyentes dentro del género, siendo Suspiria uno de sus trabajos más reconocidos. La trama sigue a Suzi (Jessica Harper), una joven bailarina que se marcha al extranjero para continuar con sus estudios de ballet. Cuando llega a la escuela de baile comienzan a sucederse extraños acontecimientos, los cuales no tienen nada que ver (para su desgracia) ni con la competitividad ni con la dureza de las clases…

El director demuestra estilo dotando a la película de una estética entre modernista y tétrica, sobre todo gracias a unos decorados de lo más barrocos y a una fotografía que inunda (literalmente) la pantalla de colores rojos y azules. El gusto por el rojo se deja ver prácticamente en cada plano, en los decorados, en la fotografía o, claro, en la sangre, la cual se nos muestra ridículamente brillante... Es más, incluso el vino que bebe la protagonista tiene el mismo color y espesor (tan falsos como atrayentes) que la sangre que con tanta gracia se derrama a lo largo del metraje. De entre todo el apartado técnico lo que menos me convence es, con diferencia, la música empleada, por lo chirriante que acaba resultando.

Lamentablemente, su poder visual termina siendo su mayor virtud, ya que su irregular guión juega demasiado con todos los tópicos del género y, para colmo, la historia contiene demasiadas lagunas (algo, por desgracia, muy propio de estas producciones de terror). Además el último acto no resulta tan impactante como debiera, desluciendo considerablemente el conjunto. Desde luego, la película no contiene ninguna escena tan impactante (ni tan bien planificada) como la que culmina con las dos primeras muertes.