Si decidiese no volver al cine en todo lo que queda de 2022, tengo por seguro que no me perdería ninguna película igual ni, mucho menos, superior a este Licorice Pizza. Esto lo dice alguien a quien el cine de Paul Thomas Anderson, con excepciones como El hilo invisible, le pone de los nervios y le saca de quicio (Véase The Master, Pozos de ambición o Puro vicio).

Maravilla llena de humor, buen rollo, positivismo y llena de nostalgia. Oda al primer amor y a los años 70. Si Tarantino nos enamoraba con su versión de los últimos 60 en Érase una vez en Hollywood, P. T. Anderson hace lo mismo con los primeros 70.

Película episódica. La acción continua si los personajes principales, fantásticos Cooper Hoffman y, sobretodo, Alana Haim, desde ya mi nuevo flechazo cinéfilo, están en escena. Nada sabemos de William Holden (Sean Penn, aunque de nombre era Jack, Lucille Ball, aunque no era Ball ni de el peluquero de Barbra Streisand, genial Bradley Cooper. Uno quisiera saber qué pasa después del salto en la moto o la cama de agua en casa de Barbra Streisand... Y lo bueno está en eso, que nos hace protagonista de la historia y al mismo tiempo que ellos abandonan a esos personajes, lo que pasa con ellos deja de importar.

. Licorice Pizza es como el primer amor. No se olvida. En realidad mejor, ya que no se olvida y volverás gustosamente. Al contrario que al primer amor, no se olvida pero tampoco volverías ni harto de vino.