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El príncipe y la corista

Comedia. Romance En 1911, embajadores de toda Europa acuden a Londres para asistir a la coronación de George V y la reina María. Uno de estos enviados pertenece a la embajada del reino de Carpatia y no es otro que el propio regente del país, el Gran Duque Carlos. En su primera noche en la capital británica, el Gran Duque decide visitar el Coconut, un cabaret en el que actúa como corista la señorita Marina. (FILMAFFINITY)
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Críticas 19
Críticas ordenadas por utilidad
9 de diciembre de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la mejor comedia de la historia, y se nota que Laurence Olivier como director carece del pulso de los maestros como Cukor, Lubitsh o Wilder. Tampoco Olivier fue el mejor intérprete de la historia, como algunos afirmaban tiempo atrás. Se esfuerza en ambas cosas, en que su interpretación parezca natural, pero siempre aparece impostada y acartonada, aun a pesar de finfir un acento eslavo, como bien puede apreciarse en la versión original de esta película.
Marilyn está soberbia, como siempre, tal vez porque ella solo podía interpretar el mismo papel siempre, rubia y tonta, con mucho corazón y sentimientos, aunque con un pasado lleno de oscuridades emocionales y sexuales, Ese era su papel y no otro. Jamás hubiera podido ser Electra o Juana de Arco; jamás Lady Macbeth o Antígona. Ella siempre se interpretaba a sí misma, y por ello resultaba tan fresca y natural, tan esplendida y tan perfecta.
Esta película es considerada la peor de Laurence Olivier y la peor de Monroe, pero no por ella, sino por él, y porque careced de ese pulso eléctrico que tienen las buenas comedias. Acartonada, predecible, poco dada a la carcajada, sino más bien al sopor.
p1471789
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29 de julio de 2015
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las imperiales, suntuosas, serenísimas, altísimas, reales y ducales carnes rubias de la Monroe son el verdadero tema y gran recreo de la función en cuestión.
El resto, excusas. Tanto la obra teatral de Rattigan (inteligente aunque un tanto anquilosada) como el enamorado, y ridículo, Sir Laurence Olivier (tiene sentido del humor cabrón, no lo vamos a negar), como los decorados y demás personajes y fanfarrias que acompañan esas curvas imposibles, ese caderío abismal, esa sensualidad animal, esa sexualidad criminal, ese culo infinito, tan rotundo (en el que se pierde con fruición, y toda la razón, la viciosa cámara del cachondo director-actor inglés, y con él todos nosotros de paso, anegados de enorme placer y tantas posibilidades nunca consumadas, amparados, resguardados, cobijados, como fugitivos legítimos de una vida que es solo una burda imitación, un escuálido reflejo en comparación con lo que aquí vemos como si nos estuviéramos quedando ciegos) y glorioso como el sol..., y ahora subimos un momento a por aire y descubrimos, oh, cielo, ese canalillo, más bien canalón, diabólico, apretujado a mala idea, esa cara de muñeca sabia y hastiada, ese ser humano tan único, esa mujer tan absurdamente apabullante, ese símbolo tan manoseado y corrompido y lastrado y perdido, sin tino.
Puestos a ¿¡criticar!? (es lo que toca, no hay otra), diría que se deja ver; humor elegante, buenos diálogos, ingeniosas frases, algo de mala uva y mucha chanza sobre los grotescos protocolos reales. Vamos, que cumple con su cometido, da un resultado leve, llevadero.
Pero, lamentablemente, queda en poca cosa; ese tono de cuento (Cenicienta siempre de fondo, faltaría más) infantil, simplón, y ese afán por meter el amor a presión convierten el pasatiempo educado en un espectáculo demasiado manso y trillado, sin valentía, riesgo ni fuerza, más bien romo y pacato finalmente, a pesar de una trama tan sórdida, casi tanto como el comienzo de la gran guerra (estábamos en 1911 y ya se veía venir en el horizonte la primera mundial; se hacen, de hecho, alusiones al tremendo revoltijo centroeuropeo, ese polvorín siempre a punto de estallar; hasta se habla de anarquistas y demás maravillas); con un regente putero, desalmado y cenutrio sin par, una corista ducha (demasiado) en el tráfico de carne, unas clases dirigentes que pagan en especias (medallones y estandartes al por mayor) los más primarios servicios y un petimetre inglés, y embajador nada menos, como esclavo zascandil y metomentodo (sus apariciones convertidas en chistes, pasa sin remedio de mamporrero indigno a intrigante melifluo).
Como un toro fiero y muy astado al que liman antes (y después) de salir para que no haga daño verdadero; mantendrá la imponente imagen, la apariencia de peligro y hermosura, cierto, pero en el fondo todos sabrán que es un negocio amañado, balas de fogueo, solo eso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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17 de marzo de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que curioso el cartel, un cartel muy moderno y tal... con un vestido rojo, cuando durante toda la película va con un vestido blanco. Está claro que es para el reclamo del público para ir a verla.

No obtuvo el mismo éxito que sus anteriores película, pero tuvo ganancias. Una película que Olivier contrató a Monroe, cuando la obra teatral la hacía él y su mujer Vivien Leigh. Tampoco sé porque quiso el cambio ya que Leigh y Monroe son dos interpretaciones muy diferentes.

Igualmente, la jugada, sea cual hubiese sido, no le fue bien, ya que se comenta que la criticaba y una vez la expulsó del set.

Se comenta también que Monroe tuvo que repetir muchas escenas y las frases nunca las decía igual, en fin, que pareció ser también, un rodaje muy difícil. El resultado, tampoco es que sea muy logrado, llega un punto que hasta cansa.

Aún así, tengo que decir que Monroe sale muy bien. No tan forzada como en la anterior "Bus Stop" y mucho mejor interpretativamente, quizás, si no repetía la frase de la misma forma, era porque improvisaba y creo que le fue bien hacerlo.
edugrn
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30 de marzo de 2014
6 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 1911 cuando en Londres se preparaban para celebrar la coronación de Jorge V, monarca conocido especialmente por su asombroso parecido físico con su primo Nicolás II, el Emperador de Todas las Rusias. Era tal que en algunas celebraciones los confundían o incluso ellos mismos intercambiaban sus personalidades sin que nadie se percatara del cambio. Más adelante, rusos blancos huidos de la barbarie soviética llegaron a tomar al Rey británico como al padrecito Zar, milagrosamente salvado de la tristísima matanza de Ekaterimburgo, antes de que algún servidor les sacara de su fabulosa equivocación.

Este es el marco escogido por esta comedia romántica dirigida y protagonizada por Laurence Olivier, con el acompañamiento de lujo de Marilyn Monroe. Lo que fue la obra teatral "The Sleeping Prince" de Terence Rattigan con el mismo protagonista masculino pero con su mujer Vivien Leigh de heroína femenina salta a la gran pantalla con chispa, bastante humor pero algo de irregularidad. Por supuesto, la pareja tiene mucho gancho, solventando con gracia sus respectivos roles, él el de arrogante Regente de Carpathia y ella, el de sensual e inocente corista de variedades, estatus que viene a ser algo así como una animadora actual.
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