La librería

Bastan 5 minutos de metraje para darse cuenta de que la voz en off va a ser utilizada en exceso y, de hecho, se emplea como el recurso de una directora que no sabe cómo mostrar la psicología de los personajes y opta por utilizar un texto que da la sensación de estar escuchando un audio-libro con imágenes. 5 minutos después, para quienes hemos visto la película de Lasse Hallström, Chocolat, es imposible escapar al paralelismo entre ambas historias, si bien el resultado final de La librería deja muchísimo que desear con respecto al film del sueco.
Por fortuna, el abuso de la narración se detiene en un buen punto de la historia, permitiendo a la película desarrollarse. Pese a ello, el metraje no coge ritmo. Los silencios entre los personajes son abundantes e incómodos, exagerando aún más la sensación de que todos los personajes están constantemente nerviosos. El diálogo no ayuda a suavizar la incomodidad de los propios personajes: buena parte de las conversaciones parecen retales inconexos, que intentan unirse en un todo que pretende dar la sensación de conversación profunda, cuando en realidad se queda en absurda. De hecho, se cuela en la narración más de una incoherencia que le quita el sentido al devenir de la película.
Ni siquiera el intento por crear un producto vistoso está carente de graves errores de ambientación: El personaje de frances Barber porta el vestuario propio de una veinteañera americana soltera, más que inapropiado para toda una dama de la alta sociedad británica.
Se trata, en general, de un producto tremendamente previsible, con personajes planos y flojos. Ni siquiera el intento por mostrar a una protagonista fuerte y con coraje para surtir efecto: no tiene motivación alguna que explique su cabezonería por desoír los consejos de todo el pueblo y a eso no se le puede llamar coraje, sino más bien tontería, capricho o, si se quiere, ingenuidad. Aunque sí hay un personaje que, quizá sin querer, destaca por su fortaleza y por la claridad de sus ideas: el interpretado por Honor Kneafsey, la jovencísima ayudante de Emily Mortimer, que parece representar todo aquello de lo que carece la librera.

Debo de ser un tarugo.

Y, claro, al no poseer el divino don de la sensibilidad extrema que, sin duda, se necesita para detectar las sublimes angustias que producen las soledades espirituales, especialmente asediadas por esos “defectillos” tan típicamente humanos de la ignorancia, o la envidia, o la arrogancia, o, incluso, la más abyecta perfidia (que conocemos de sobra, aunque sólo sea porque todos tenemos cierta cantidad de eso mismo y contra los que tendríamos que estar más que autovacunados), asistidos, además, por la indiferente ceguera de una burocracia implacable (que también, cual apisonadora, nos atropella a diario), no me queda otro remedio que confesar que, tanto la novela de la Fitzgerald, como la película de la Coixet, me parecen una auténtica plasta.

Con pequeñas variantes de guion con respecto a la novela, Coixet cuenta esta soporífera historia de batalla (ilusión) perdida con dignidad, con su habitual (y pausada) corrección (la novela –menos mal que es corta- ya es bastante lenta de por sí), en medio de una exquisita formalidad, así que vayan mis puntos para este trabajo, y para el esfuerzo de Emily Mortimer y Patricia Clarkson.

Porque, a mi modo de ver, más no hay.

EN RESUMEN: tanto novela como película, excelentes para combatir problemas de insomnio.

Siempre me gusta Isabel Coixet, siempre. Igual es que percibo las cosas de forma parecida a como lo hace ella. Igual es que comparto el gusto por el color de la imagen o la lentitud de los movimientos o los diálogos sin desperdicio.

Me identifico con su mirada. Una mirada que desde la bondad y valentía del personaje principal descubre estupefacta que hay un universo que se concita en su contra. ¡Con lo poco importante que se siente!

También me identifico con la otra mirada, la del personaje que desde la misantropía y el miedo social, lo ve todo y apenas se atreve a asomar por el mundo.

Ambas miradas están rodeadas de libros, que les separan y les unen. Un guiño a Helen Hanf, "84, Charing Cross Road" por la correspondencia entre el lector y su librero.

Son los libros los que les mantienen alejados de la soledad

Una película intimista, con tensión suave, armónica, todo transcurre un poco a cámara lenta en este pequeño pueblo inglés. Pero la belleza de la narración te lo hace vivir con intensidad
Quizás la mejor definición de esta película es: "una carta de a mor a los apasionados de la lectura"

La librería es una película deliciosa. Un elogio al amor, la sensibilidad y la honestidad. Emily es un personaje maravilloso que atrae lo mejor de otras personas y también lo contrario.

La fotografía es exquisita y los personajes estan muy bien dirigidos, sin ambigüedades. Incluso quien esconde su personalidad la muestra.

No entiendo como después de tantos goyas no la han vuelto a reponer en más cines y no se sigue hablando de ella en Barcelona. O sí lo entiendo pero no me gusta lo que estoy pensando. En las noticias se critica a la Berlinale como si necesitara reformarse. A ella acude como invitada desde hace años Isabel Coixet.