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La odisea de los giles

Comedia. Drama Provincia de Buenos Aires, fines del 2001. Un grupo de amigos y vecinos pierde el dinero que había logrado reunir para reflotar una vieja cooperativa agrícola. Al poco tiempo, descubren que sus ahorros se perdieron por una estafa realizada por un inescrupuloso abogado y un gerente de banco que contaban con información de lo que se iba a desencadenar en el país. Al enterarse de lo sucedido, este grupo de vecinos decide organizarse y ... [+]
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Críticas 69
Críticas ordenadas por utilidad
27 de octubre de 2019
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo un guion escrito por el director Sebastián Borensztein junto con Eduardo Sacheri, que es el autor de la novela "La noche de Usina" en la que se basa la película, los dos logran una trama entretenida, con una reflexión a ciertos comportamientos humanos vengativos cuando has sido estafado, también se incluyen personajes con los que es imposible no empatizar.

El director vuelve a colaborar con Ricardo Darin por tercera vez, después de "Capitan Koblic"y "Un cuento chino", ademas contamos tambien con la presencia de su Hijo Chino Darin. o con Antonio un Luis Brandoni que roba cada escena.

Toda una desgracia económica la que sufrió Argentina en 2001 con el famoso "corralito" y que tuvo gravisimas repercusiones que duran hasta hoy en día.  Esto es el causante de la mala decisión de Fermin (Darin) y de un montón de gente que intenta reflotar una empresa apostando todos sus ahorros. Pero parece que el dinero fue robado hábilmente por un banquero antes de la hecatombe. Cuando los perjudicados se enteran empieza la odisea...

La película cumple sus premisas, pero tampoco sorprende. Sebastian Borensztein mezcla bien el drama y la comedia para que la película fluya entre humor, ironía y emoción.
Destino Arrakis.com
videorecord
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7 de diciembre de 2019
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos vecinos arruinados, que deseaban formar una cooperativa, planean recuperar su dinero robando al hombre que les estafó.

Los giles, los eternos perdedores, los olvidados, todos aquellos maltratados por el mundo, por la sociedad y por la vida, hartos de recibir golpes, deciden contraatacar. Porque los giles podrán pecar de ingenuos... de estúpidos, si se quiere... pero con su dignidad no se juega. Así, Sebastián Borensztein dirige un "Rufufú" a la argentina, aportando las dosis justas de rabia e indignación, en una comedia que no aburre en ningún momento. Con una galería de magníficos actores, entre los que cabe destacar a Luis Brandoni, encarnando a personajes con los que resulta muy fácil empatizar, se desarrolla un filme divertido, dramático, comprometido, que tiene el sabor de lo auténtico, y donde se aprecia mejor que nunca la honradez (cosa curiosa) de todos esos currantes a los que a veces nadie toma en serio.
Jackie Daytona
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19 de agosto de 2019
19 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le película como el guión no tienen grandes pretensiones, va a lo fácil y seguro, un cuento triste convertido en una historia llena de justicia y esperanzas.
Es una historia inspirada en la crisis que en 2001 uno sufrió Argentina, pero fácilmente también podría relacionarse con todo tipo de estafa en cualquier parte del mundo.

Si bien están Ricardo Darin y Luis Brandoni llevando la historia adelante, lo cierto es que cada personaje, bueno o malo, chico o grande, tienen su momento de gloria, cada uno aporta su cuota de drama o humor a la película, la única que no me convenció nada fue la empleada del abogado, el resto de actores de primera y segunda linea en la rompen con sus personajes estuvieron todos excelente.

La película entretiene, de principio a fin, ideal para pasar un buen momento, no está para un Oscar pero es lo mejor del cine Argentino en lo que va del año.
adrian
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1 de diciembre de 2019
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sebastián Borensztein es un director muy interesante del cine argentino (“Capitán Kóblic”, 2016 o “Un cuento chino”, 2011), que consigue con esta cinta una obra agradable y entretenida con un mensaje social que acierta a reflejar muy bien lo que fue la Argentina del ‘Corralito’, cómo los currantes, las clases medias y de ahí para abajo, mantienen el país con esfuerzo, tesón y eficiencia, PERO dominados por una gran casta de sinvergüenzas que mangonean a tutiplén. Como dice la conocida copla del cantautor granadino Carlos Cano: “esos gachós trajeaos que viven de na. Que lo roban, lo roban, con cuatro palabritas finas lo roban”.

Están narrados los acontecimientos por Fermín Perlassi (Ricardo Darín), uno de los protagonistas que viene a convertirse en la voz de muchos. Las palabras que abren la película dicen: "Según el diccionario, 'gil' es una persona lenta, a la que le falta viveza y picardía. Aunque ya sabemos que laburante, tipo honesto, gente que cumple las normas, terminan siendo sinónimos de 'gil'. Pero un día el abuso al que estamos acostumbrados los giles se convierte una verdadera patada en los dientes. 'Basta', se dice uno". Todo un alegato a los sufrientes ciudadanos de cualquier lugar del mundo pero con el subrayado de la ignominia que supuso en 2001 el cierre de los bancos a los ciudadanos argentinos; la nobleza del pueblo versus la sevicia y la voracidad de quienes ostentan el poder.

La cosa se desarrolla a finales del 2001, cuando un grupo de amigos y vecinos del pequeño pueblo de Alsina (Bs. As.) pierde todo el dinero que había conseguido reunir para reflotar unos viejos silos. Cuando descubren que sus ahorros volaron por una gran estafa perpetrada por un abogado y un gerente del banco, los giles deciden organizarse y pergeñar un plan minucioso para recuperar su dinero.

Llamativo guion de Sebastián Borensztein y Eduardo Sacheri, adaptación de la novela de éste último “La noche de la Usina” (premio Alfaguara 2016), pleno de humor que sabe mantener el pulso en los momentos de mayor dramatismo, pero sin renunciar el tono gamberro y ganso del comienzo. La película sirve para recordar la ignominia que supuso el "corralito", y a la vez un acercamiento a la nobleza popular frente a la vileza del poder.

Se da una gran empatía del espectador con los pobres giles engañados; hay gags, chistes y diálogos muy graciosos y muy argentinos, todo lo cual se desarrolla en clave tragicómica, un terreno atrevido en el que Borensztein sabe moverse con destreza. A partir de este punto la película resulta más que simpática, en un trabajo coral donde los villanos son malísimos; y entre los héroes de la función, un grupo de personajes encabezados por Darín, un tipo bueno duramente golpeado.

El reparto es de antología, con un Ricardo Darín a la cabeza que hace un trabajo sutil y loable. Luis Brandoni genial, un señor que con poco parlamento pero con un deje cargado de sorna y dolor, llena de contenido su papel. Chino Darín (hijo de Darín) pasa bien el corte aportando una dosis de amor romántico que se agradece. Merece también especial mención un caricaturesco Andrés Parra en el rol de malvado ladrón de pobres. Y acompañando con enorme nivel: Verónica Liinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso y otros, todos buenos.

Sebastián Borensztein sabe contar la historia en clave de comedia dramática. A lo cual se unen pinceladas de thriller de atracos (robo perfecto), cine de suspense, western, sobre la amistad y la solidaridad. Una cinta, en fin, que deja un excelente sabor de boca en el espectador, con un final de ‘justicia poética’.

Sugestiva la música de Federico Jusid junto a temas de figuras clásicas del rock argentino como Luis Alberto Spinetta, Divididos, Los auténticos decadentes, Babasonicos, Cerati, Serú Girán, etc. Muy buena la fotografía de Rodrigo Pulpeiro. Puesta en escena y montaje acelerados con equívocos e invenciones que se convierten en un slapstick criminal de bajo presupuesto.

Película que alterna gracia, guasa y chispa, y que nos obsequia con una trama fresca y ligera que combina la intriga con la mirada social, a modo de fábula con mensaje maniqueo que incluso resulta acertado. A Borensztein le ha salido una película amable y viva que reivindica la solidaridad y la nobleza.
Kikivall
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18 de setiembre de 2019
26 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las señas de identidad del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF: Toronto International Film Festival) es el enorme protagonismo del público en la entrega de galardones, lo que probablemente le convierte en el certamen más democrático del mundo.
Sin embargo, uno no puede verlo todo en este inmensa y multicultural ciudad, que se convierte en el epicentro del cine durante los once días que dura el festival. Las colas son enormes, las distancias de uno a otro centro de proyección son significativas y las entradas no son baratas, al menos desde un punto de vista castizo.
Por ello, asistí a cuatro películas y una deliciosa proyección de cortometrajes realizados por alumnos locales de cine, lo que permite que directores y actores se sienten metamorfoseen entre el público, lo que, una vez más redunda en lo democrático del evento.
El primer largometraje que vi, por orden cronológico fue Heroic Losers (La noche de los giles, en su título original), película argentina dirigida por Sebastián Borenzstein, a quien ya conocíamos en España por la reciente a la par que mediocre Kóblic (2016) y la algo más afortunada Un cuento chino (2011), ambas con Ricardo Darín, como protagonista, al igual que el filme que ahora nos ocupa, basado en la novela de Eduardo Sacheri La noche de la usina, premiada en España por la editorial Alfaguara.
En el coloquio posterior a esa película, el director reconoció lo respetuoso que había sido con el libro de Sacheri, que es coguionista del largometraje a la par que el mismo Sebastián Borenzstein y uno no ha leído aún el texto narrativo, pero sí le queda la sensación de que su versión para la gran pantalla es bastante decepcionante.
La acción se sitúa en el contexto del “corralito” de 2001, pero no basta con acudir a un tristísimo período social argentino, no basta con basarse en un texto literario premiado internacionalmente y no basta con contar con un elenco de actores excepcional, encabezado por el ya mencionado Darín y, sobre todo por Luis Brandoni hacia quien siento una especial admiración: una película que pretende aguantar una acción, debe sostener dicha acción, captar el interés del público de manera casi permanente, pero la historia decae en numerosas ocasiones y uno se sorprende a sí mismo deseando que acabe la proyección.
Como muestra, dos botones: la película se nos presenta como una magnífica muestra de humor inteligente, pero dicha supuesta comicidad se basa en algunos (no demasiados gags inconexos e incluso forzados, pues pretender, por ejemplo, que nos riamos con la estupidez de dos personajes que son incapaces de comprender que la mitad de los números telefónicos son pares y la otra mitad impares es exigir demasiado de los espectadores. Pero es que tampoco la tragedia cuando llega es tal tragedia, sino un hito insípido, que se diluye dentro de una historia muy mal construida y, definitivamente, muy poco verosímil.
Por ello, habida cuenta que uno de los actores, Chino, es hijo de Ricardo, a uno le queda la perversidad de pensar que esta película sirve para continuar la saga Darín.
A todas luces, por lo tanto, un producto fallido.
Del impertinente tono de las respuestas de Ricardo al público durante el coloquio posterior a la proyección prefiero guardar un discreto silencio.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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