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Vicio propio

Comedia. Intriga California, año 1970. A Doc Sportello, un peculiar detective privado de Los Ángeles, le pide ayuda su exmujer, una seductora "femme fatale" debido a la desaparición de su amante, un magnate inmobiliario que pretendía devolverle a la sociedad todo lo que había expoliado. Sportello se ve envuelto así en una una oscura trama, propia del cine negro. Adaptación de la novela homónima de Thomas Pynchon publicada en 2009. (FILMAFFINITY)
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
17 de marzo de 2015
32 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puro vicio (2014), de Paul Thomas Anderson, está basada en la novela de Thomas Pynchon, si bien el título original de película y novela es Inherent Vice, lo que traducido al español sería ‘Vicio oculto’ y se aproxima bastante más a lo que vemos en la pantalla, puesto que el verdadero significado de este filme no consiste en plasmar depravaciones, sino defectos intrínsecos, como la fragilidad de los huevos, o la inconsistencia humana.

El hilo conductor es una triple investigación: la del FBI, la de la policía de Los Ángeles y la del doctor Sportello, psiquiatra de profesión e investigador privado a tiempo parcial. Pero esto no tiene nada que ver con las novelas y cine negros, donde como ya he comentado en alguna ocasión anterior, los buenos son malos que se cansaron de serlo; ni tampoco se parece a los detectives escépticos del tipo Dave Robicheaux, el protagonista de las novelas de James Lee Burke, para quien descubrir un caso es como apuntalar su turbio concepto de la vida sin esencia, comúnmente conocida como existencia.

Muy al contrario de todo eso, Sportello se trata de un hippy consumidor asiduo de todo tipo de drogas, salvo heroína, que habita en un mundo de visiones esmeriladas, sin una idea clara de cuál es su misión en la Tierra, y exhibe ufano sus pies negros de roña: por si alguien tenía alguna duda, hay un primer plano de la planta que lo acredita fehacientemente. Interpretado con credibilidad por Joachim Phoenix, este, digamos, detective (“No me digas que te han dado licencia de investigador”, se escucha en algún momento del filme), no es ni valiente, ni arrogante, ni especialmente lúcido, tampoco tonto, tenaz a su manera, pero por encima de todo, más que un sabueso en sentido estricto es un observador curioso por desbrozar la espesura en que se mueven sus percepciones. No es un héroe, ni tampoco un anithéroe: simplemente intenta mantener la dignidad desenfocada que caracteriza a las realidades relativas.

Esta producción nos sitúa en uno de los momentos más críticos de los Estados Unidos de Norteamérica, puesto que, por un lado, estamos todavía en el primer mandato de Nixon, con el telón de fondo de la Guerra de Vietnam, tenemos una Hermandad Aria, en cuyos postulados ideológicos no es necesario profundizar, así como un grupo ultraconservador denominado California Vigilante, y en el otro extremo, los Panteras Negras. La acción se sitúa en la costa californiana y tenemos también una policía aburrida de pisotear derechos civiles y los escabrosos enjuagues del FBI. Tampoco podían faltar la droga, la pedofilia y la prostitución, además de los ligeros desajustes con las drogas a que hemos aludido antes.

Pues bien, no se trata de una película contra Nixon ni contra el FBI, contra los nazis ni los ultraconservadores, ni hay manifestaciones a favor o en contra de los Panteras Negras. No hay olas surferas en el Pacífico y, de hecho, la presencia de este océano en la peli se reduce a lo mínimo imprescindible. Tampoco constituye un alegato desaforado contra la Guerra del Vietnam, ni existe moralina contra la prostitución, las drogas o la pedofilia. Bueno, es que si se me apura, tampoco parece muy relevante que triunfe o no la justicia, que triunfe o no un romance larvado durante todo el filme.

La historia policial no es nada más que la excusa perfecta para mostrarnos la sociedad de colgados que, imagino —no he leído aún la novela—, pretende mostrarnos Pynchon en su libro. El modo en que se resuelve el caso se nos antoja poco verosímil, pero descubrimos, en cambio, todo un enjambre de personajillos con una imagen difusa de la realidad, en cuyas trascendencias lisérgicas se cruzan pasiones que pudieran ser brutales, si no fuera porque entre ellas se navega —en este aspecto sí podemos hablar de surf, aunque sea en sentido metafórico—, como si estuvieran cabalgando sobre una ola moderada. Nada de grandes agitaciones. Nada de una excesiva vehemencia. Incluso hay salpicaduras humorísticas, que consisten en rizar la irrealidad, en momentos a priori poco proclives para los gags. Y es que, desde mi punto de vista, hay en el filme de Anderson una vuelta de tuerca sobre el nihilismo del Nota, el personaje interpretado por Jeff Bridges, en El gran Lebowsky (1998), de los hermanos Coen.

Ya lo decía Descartes: ¿Y si un geniecillo maligno se obstinara en que los sentidos, incluso mi inteligencia, me ofrecieran siempre una imagen distorsionada de los objetos o de los conceptos? Pues una cosa así es lo que se aprecia en este largometraje: la poca eficacia de la información sensorial, o una especie de acorchamiento de las herramientas racionales, en un contexto social, donde han desaparecido los grandes mitos: la película se sitúa en los epígonos del hippismo.
En cuanto a cuestiones técnicas, Inherent Vice se apoya en una sucesión de primeros planos de Phoenix, con perfiles camaleónicos en ocasiones para ajustarse al perfil en que se lleva a cabo su, digamos, investigación en ambientes nocturnos o interiores artificiales. Incluso para las escenas diurnas de exterior se ha buscado el mayor oscurecimiento posible. Tonos marengo en las calles, muy alejados del sol radiante que espera uno encontrar en Santa Mónica. La música también oscila entre los cristales afilados del impresionismo clásico o las recreaciones psicodélicas, como no podía ser de otra manera en una película de estas características. Todo ello para conseguir unas vivencias dislocadas, un zigzag de las emociones, unas sombras que antes fueron hombres.

Será necesario, pues, para mejor comprender este filme, leer con mayor detenimiento a Pynchon, que pertenece a una generación posterior a la Beat Generation, la de Kerouac, Ginsberg o Burroughs, que a su vez “jubilaron” a la Generación Perdida, la de Hemingway, Dos Passos o Steinbeck, entre otros muchos, que conocieron la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión del 29, pero también las frivolidades y la agitación creativa de los años veinte.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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25 de marzo de 2015
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vuelve Paul Thomas Anderson. Su última película, que apenas logró un par de nominaciones a los premios Oscars pasando muy desapercibida en la entrega, Inherent Vice, es la primera adaptación que alguien se atreve a hacer de un libro de Thomas Pynchon.

El director confía una vez más en Joaquin Phoenix (luego de su incomprendida “The Master”) al ponerlo al frente de un elenco tan curioso como atractivo: lo acompañan Josh Brolin, Owen Wilson, Benicio del Toro, Reese Whiterspoon y Katherine Waterston como la misteriosa y hermosa Shasta. Es el personaje de esta última la que desata la historia que cuenta la película, un cuento de detectives pero que se arriesga con un estilo visual lisérgico que intenta hacerle justicia a la década de los 60s.

Si hay algo que no se le puede negar a Paul Thomas Anderson es su capacidad como director, sus movimientos de cámara siguiendo a algún personaje, el modo en que decide musicalizar prácticamente toda la película en este caso, y acá escribe también el guión, basada en la homónima obra de Pynchon, literatura que se caracteriza por ser densa y laberíntica. Es probablemente por este motivo que una de las decisiones que toma es la de sumar una voz en off, en este caso la de Sortilege (Joanna Newsom), que no sólo relata a veces aquello que ya estamos viendo en pantalla, sino que suma un tono literario muchas veces citando textualmente líneas del libro.

Joaquin Phoenix demuestra una vez más que es un actor que todo lo puede, y nos regala un personaje por momentos más melancólico y contenido, y por otros, mucho más desaforado. El resto de los actores despliegan una interesante galería de personajes (Josh Brolin y Owen Wilson están especialmente bien), pero en algún momento la historia comienza a enredarse y a no dejárnosla fácil, sobre todo si a eso le sumamos la duración de la película: 148 minutos.

Pero ya lo sabíamos, el cine de Paul Thomas Anderson no es para todo el mundo, sin embargo aquel que sepa entrar en él seguramente pase un muy buen rato allí dentro. Quizás, para quien les escribe, Vicio Propio esté entre lo más flojo del cine de un director que no entrega otra cosa que no sean obras maestras. El principal componente que no termina de funcionar es el guión, las muchas historias y personajes que intentan caber allí dentro.

Por momento delirante, por momento más melancólica, Puro Vicio es una película sin dudas ambiciosa y de una calidad cinematográfica innegable. Son varias las escenas que destacaría de esta película, que confieso que no superó mis expectativas pero de la cual que no puedo negar sus virtudes. Y quizás optaría por una escena casi final, más intimista, entre sus dos protagonistas, sensual y triste.

Escrita para http://elespectadoravezado.com.ar/
enjoyjessica
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17 de marzo de 2015
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada cual tiene sus gustos y me reconozco bastante fan del cine de Paul Thomas Anderson, pero veo en ‘Puro Vicio’ mucha más originalidad y mucho más cine que en algunas de las películas que finalmente han optado a los grande premios y las mejores categorías de los Oscar. Podríamos decir que ‘Puro Vicio’ & ‘Nightcrawler’ deberían haber entrado en la quiniela final e, incluso, haberse llevado alguna estatuilla.

Será que ya había un “Anderson” nominado, será que este año Paul Thomas Anderson ha filmado una película un poco más irregular, con bastantes altibajos, que engancha según que partes pero que se termina haciendo larga (fruto de que es la adaptación de una novela de Thomas Pynchon que no he leído), sea como sea ‘Puro Vicio’ merece la pena que la tengáis en cuenta aunque llegue un poco más tarde de la época de grandes estrenos.

Su originalidad, que va desde las luces que desprenden los títulos de crédito finales que nos traslada a los años 70 con la ayuda de la música de toque psicodélico, hasta algunos planos muy Paul Thomas Anderson (cada vez que recuerdo la lluvia de ranas de ‘Magnolia’ flipo) que a ratos me ha recordado a ‘Pozos de Ambición’ (con la que poco tiene que ver, me ha recordado a ratos bastante más a ‘Boogie Nights’) fruto de la fotografía de Robert Elswit, hasta un reparto en sintonía, con unos bien caracterizados looks y bastante acertado en el que sobresalen Joaquin Phoenix y Josh Brolin, ‘Puro Vicio’ me ha conquistado.

Y como en toda película de este tipo que se precie, caben lecturas para todo aquel que quiera ir un poco más allá. Servidor ha notado en la película cierto toque poético, como una pequeña oda al obsoleto estilo de vida de los 70, o quizás porque sea la primera película del director sin su actor fetiche Philip Seymour Hoffman.

Más en: https://alquimistacinefilo.wordpress.com
Hickeystyle
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3 de abril de 2015
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Puro vicio" de Paul Thomas Anderson. Le han llovido palos, cierto, sin embargo a mí me ha convencido. Inequívocamente chandleriana y setentera, con referencias evidentes a Polanski o Altman, con la decadencia y pesimismo de final de década, con ambientes y personajes magníficamente descritos y con subidones psicotrópicos que se traducen en mayor surrealismo en la narración (este efecto está muy bien conseguido, así como el tono susurrante habitual en las conversaciones). Trama intencionadamente compleja en el detalle, y a la vez muy sencilla en el trazo grueso, todo muy Noir. Según reconoce PTA, su intención era ser todo lo fiel posible a la novela de Thomas Pynchon, anteponiendo ante todo la descripción de ambientes y decorados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
griffinjazz
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15 de marzo de 2015
22 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Ellos me ayudaron, me ayudaron a despertarme de mi mal sueño de hippie"; la pregunta es ¿quién me ayuda, a mi, a despertarme de este galimatías psicodélico que tiene el ego muy alto para lo poco que alcanza?, tanto movimiento suntuoso, diálogos alborotados y conversaciones aturdidas, de las cuales, se salva una de cada diez.
Aún me pregunto por qué he tenido el valor de acabar dicho perdido relato cuando, a una hora de su proyección, ya iba despistada, extraviada y dándome todo igual; porque sí, con pena en el alma hiriente, me da igual quien haya muerto, desaparecido, vuelto y resucitado o encontrado medio drogado ya que, ¡por Dios!, que lío mental, de surrealismo vicioso, sacado de madre y vendido como obra maestra para una historia que vive de su magnífica puesta en escena -limítate a ello- y un fantástico Joaquín Phoenix que se come la pantalla a cada paso y aparición y que, lamentablemente, es lo único decente de un desfile de actores conocidos, pegados con un falso posit, de escasa rentabilidad y provecho y un rodar los fotogramas hasta acabar por saturar y cansar, al espectador, en este barullo sin incentivo ni estímulo que no sea cargar la mente con datos que, ni coges ni enlazas por muchas vueltas que les des y al que puede que, haya que estar igual de alucinado que su protagonista para poder seguir la estela de la maníaca excentricidad narrada.
No se si es el antecedente hippie de Mike Hammer, ya con sombrero ocasional pero sin bigote ni porte lustroso -aunque, eso sí, un genial moldeado/tinte/espachurrado que ¡no veas!, ¡ríete de los años setenta!-, o un Magnum polvoriente, que necesita una ducha, a quien han cambiado la pistola por papelinas y mechero o, un mísero y desdichado colgado que apenas sabe dónde se encuentra, lo que dice y que alucina el solito siendo el héroe de su exclusiva rallada cerebral y, la verdad, por una vez ¡me da igual!..., me da igual lo que le pase, me da igual lo que resuelva, me da igual el desenlace, me da igual quién es el culpable, me da igual el libro de Thomas Pynchon, me da igual si Paul Thomas Anderson le es fiel o añade o quita material de su propia cosecha, me da igual ¡exactamente todo!..., y dicho mérito, triste, doloroso e, incluso inevitable es exclusivo de este director de grandes trabajos en el pasado que, aquí, se estrella contra su propia nulidad para motivar a una razón asfixiada de tanto absurdo meneo, una vista agotada del desfallecer panorámico, unos oídos que hace tiempo dejaron de escuchar pues, su atención, tuvo la osadía de llegar a casi una hora de metraje y ya no pudo más y, un alma devastada por tan enorme decepción dado el color y estimación con el que había acudido a dicha obra, la cual, se excusan con la siempre oportuna acepción..., es decorada con inventiva preciosa y creativa, sólo apreciable y querida para unos pocos elegidos.
Siempre me gustó ser de esos pocos elegidos, exquisitos de saber apreciar y saborear la delicadeza y genialidad de la distinción pero, en esta ocasión, toda para ellos ¡qué son 2 horas y media!, ¡148 largos, soporíferos y densos minutos!, ¡8880 pesados, incoherentes y memos segundos!; es la audiencia quien merece un premio a la paciencia, resistencia y, para conmigo misma, lealtad, por no comentar algo no visto porque, con gusto, la hubiera mandado al desdén del recuerdo que nunca hay que evocar, plantado a mitad de camino y darle el honor de ser la primera película de la cual salgo de la sala del cine sin terminar; pero, tuve el coraje de aguantar aunque sólo sea para vengarme ahora.
Después del necesario desahogo emocional, seamos racionales y vamos a reflexionar sobre ella; un fumeta, adicto a lo que sea, investigador privado, con unas patillas que ¡ni Curro Jimenez y el algarrobo juntos!, recibe la visita de su ex para que busque a su actual, al tiempo que la mujer de él realiza la misma petición después de desaparición, muerte, ambos o lo que sea de los anteriores, añadimos un agente "big foot" de la ley, devora plátanos con un palo, abogado recursivo que ilumina para, sin atino, continuar con la misma ceguera, un rico propietario abducido que no logra alcanzar la salvación, un china por aquí, una tía desnuda por allá, las dos haciendoselo juntas, un dentista cocainómano, una respetada fiscal que sólo busca perder su integridad en la cama y bla, bla, bla..., juntalo todo, pon la batidora y a ver qué te resulta porque yo, sólo encuentro un producto asfixiante, tedioso, cargante y de amargo sabor por su duración, despropósito e ingratitud absurda a todos los sentidos, sin dejar uno, ¡todo un récord!
"El mar, el tiempo, las memorias y el olvido, los años de promesas desaparecen y no son recuperables, el destino siempre llega a nosotros, sólo tenemos que acercarnos a él y nunca huir, es inútil, y tomar lo que nos llega, y agradecer, y recordar que no vivimos siempre..."
...,¡por qué no te callas!, voz en off -como diría nuestro campechano jubilado rey-, que el dolor de cabeza ya empieza a asomar pues, el desinterés, desapego y olvido por ella ya hace tiempo hicieron presencia...
"..., tal vez la confianza desplace a la inseguridad y redima todo, cuando la fe americana se desvanezca y venga el miedo...", ¡y continua la tía!
Lo malo es que no da ni para reírse de tanta parrafada inútil.
Vicio puro, interiorizado, consustancial, inherente del que sólo él se entera, sólo él disfruta; yo me lo guiso/yo me lo como.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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