El último emperador

Interesante Biopic sobre quien fuese, como reza el mismo título de la película, el último emperador de China, a inicios del siglo pasado, y que a la postre influiría en hechos de gran importancia a lo largo de la historia de ese país.

En lo que tiene que ver con diseño de producción es realmente espectacular.

En lo que tiene que ver a dirección se siente el toque especial y único que imprime siempre el genial Bernardo Bertolucci, no en gran medida de lo que uno esperaría en lo erótico, pero insisto, está presente.

En lo histórico es bastante respetuoso y casi infaltable para todo aquel que necesite conocer aspectos importantísimos sobre la ideología y política del gigante país oriental, obviamente no en su totalidad, pero si despertará curiosidad en quien tengan la oportunidad de verla. Al menos lo hizo en mi pues debo reconocer que desconozco muchas cosas de ese período histórico.

En actuaciones, el peso del film recae sobre John Lone, sobre todo en la segunda mitad del film. Joan Chen se destaca también y la participación del gran Peter O'Toole, tristemente ya fallecido hace algunos años atrás.

The Last Emperor (1987) narra la vida de Pu-Yi, el último emperador de China, a través del cual se narran los cambios ocurridos en la primera mitad del siglo XX. Fue una figura decorativa, un títere del poder. Ganadora del Oscar. Dirigida por Bernardo Bertolucci, con John Lone y Peter O´Toole.

Por Nicolás Bianchi

En The Last Emperor el cine es un evento en sí mismo, una empresa de gran tamaño que aspira a una realización colosal. La película fue la primera que estuvo autorizada para ser rodada, en parte, en la Ciudad Prohibida, el complejo palaciego ubicado en Pekín que justamente en 1987 fue declarado como patrimonio de la humanidad por la ONU. Durante la primera mitad del film, el escenario que se muestra a los espectadores es tan o más importante que la trama que allí se desarrolla.

Pu-Yi (interpretado por John Lone en su versión adulta) fue coronado a los tres años, separado de su familia y vivió, hasta su juventud, sin salir de los palacios, salas y patios que componen a la Ciudad Prohibida. Pero nunca gobernó más que a la legión de eunucos que tuvo a disposición para divertirse. Es más, vivió como en tiempos remotos hasta que la historia entró de lleno en escena. Las repúblicas fallidas que precedieron al avance comunista en China lo conservaron como una figura decorativa pero menor.

The Last Emperor está narrada en dos tiempos. En el presente Pu-Yi es ya un adulto que ronda los 50 años y está detenido en un campo de concentración en Manchuria, cerca de la frontera entre la Unión Soviética y China. Sus captores le exigen que escriba una confesión sobre su supuesto estatus de traidor a la revolución popular para lo que el personaje repasa toda su vida, lo que ocupa gran parte de la película.

A partir de su adolescencia es acompañado, siempre dentro de la Ciudad Prohibida, por el tutor Reginald Johnston (Peter O´Toole), que de alguna manera le presenta las bondades del mundo occidental. Las escenas con O´Toole, que interpreta a un británico que habla como en una clase de inglés, son de lo más disfrutable del film. La corrección excesiva en el trato con el emperador, que es en definitiva su alumno, permiten ridiculizar el estilo de vida antiguo que se practicaba en los palacios chinos.

Cuando en 1924 Pu-Yi es expulsado de la Ciudad Prohibida por los militares que llevan adelante un nuevo golpe de estado, intenta convertirse en un playboy, estilo de vida que consigue mantener a partir del amparo de los japoneses, un imperio por entonces en expansión. Ya en el calor de la Segunda Guerra Mundial, Pu-Yi es instaurado como emperador de Manchukuo, un gobierno títere instaurado por Tokio en la invadida región de Manchuria.

En cierta medida, la obra de los japoneses en China es comparable a la de los nazis en Alemania. En Manchuria instalaron campos de trabajos forzados en los que murieron millones, que luego fueron arrojados a fosas comunes. La película es condescendiente con Pu-Yi, mostrado apenas como un títere sin poder de decisión ni capacidad para rebelarse frente a sus amos japoneses.

A la vez, el personaje jamás puede romper lo que los distintos eventos de su vida le imponen. En buena medida fue una víctima de lujo, preso hasta su adultez en cárceles de oro, hasta que la revolución de Mao le hizo conocer una más “real”. La de Pu-Yi fue una vida extraordinaria, en un lugar legendario, aunque por su falta de carácter y su conformismo se trate también de una historia triste.

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Maravilloso ejercicio estilístico de Bertolucci realizado con un cuidado encomiable de los pequeños detalles, incluso en detrimento de partes de la historia real que pudiesen tener un efecto más impactante en lo que a la trama se refiere, pero que nos distraerían de la armonía de la grandiosa foto de conjunto.

Más allá de las interpretaciones, la típica historia de aquél que teniéndolo todo es infinitamente pobre, antes aun de la incertidumbre a la que le arrojan el devenir de los acontecimientos, ejerce una fascinación más que suficiente para que sigamos con interés toda la cinta. No obstante, al final de la misma echamos en falta cierta intensidad. Quizás la dificultad para empatizar con las desventuras del protagonista, debido al salto geográfico, social, cultural y temporal, y su manera de afrontarlas, ora con el corazón ora con el entendimiento que su formación le brinda, sea la que no nos permite emocionarnos más allá de lo básico con esta historia, quizás mejor presentada en la gran pantalla que narrada por su protagonista.

La querencia por disfrutar de la belleza, es disculpa más que suficiente para recomendar su visionado.

Con dos años es arrancado de los brazos maternos para internarlo en la Ciudad Prohibida y entronizarlo como emperador de China (1908) con el tratamiento de Hijo del Cielo; antes de cumplir los cuarenta (1945) era considerado por la revolución comunista traidor al pueblo, "Los criminales de guerra deben pasar a la sala de espera".
En medio una vida, la de Puyi (Lones), el último gran monarca de China, donde las tristezas superan claramente a las alegrías, "El emperador es el hombre más solo de la Tierra". Y no debió estar mal preparado, pues al final de sus días trabajó en el Jardín Botánico y en la Biblioteca Nacional de Pekín.
Una buena película que nos acerca con brillantez a una etapa importante de la historia del Extremo Oriente. Solo por esto merece la pena verla.
También por la cuidadosa ambientación que nos mete por primera vez a los occidentales en los recovecos de la antigua Ciudad Prohibida, en la corte de un imperio milenario y desconocido.
Estéticamente impecable, rigurosa fidelidad a la historia de ese gran país tan ignorado en Occidente. Sí, pero también una cinta fría, emocionalmente distante, con la gelidez y asepsia de un documental. Le falta alma, emoción. Al menos para nosotros.
En cualquier caso estamos ante una buena película muy recomendable.

Si se me permite decirlo... ¿tantos Oscars para esto? Creo que es de las oscarizadas más olvidadas, no? Y eso querrá decir algo.

La película en sí, está bastante bien, pero hay momento muy tediosos e insorportables. Con una horita menos de metraje hubiera estaba perfecto.