El tigre del río Kwai

Nada que ver este tigre con el de Mompracem, ni el río Kwai con el del famoso puente. Absolutamente nada que ver.
No sabemos lo que andaría haciendo Richard Stone por Tailandia dejando solas a su mujer y su hija en el Oeste. Eso sí, a su muerte por la malaria las dejó bien colocadas con su elefantito que parece de los de bazar pero repleto de piedras preciosas. Y para llevárselo a las pobres marcha un tailandés hasta América.
Allí lo estaban esperando los malos malísimos que no sabemos cómo se habían enterado de lo de las joyas. Menos mal que se hace amigo de un cocinero chino. Lo demás mamporros que tampoco tienen nada que ver con la técnica del Señor Miyagi de "Karate Kid", tiroteos patéticos, idas y venidas al buen tuntún.
Todo penoso, realizado sin ganas e interpretado con el mismo desinterés. Por allí sale un telégrafo que ni se toman la molestia de hacerle girar un poquito la rueda mientras se manda el mensaje.
Eso sí, el chino maneja bien las agujas de acupuntura, lo mismo para paralizar con veneno a los malos que para anestesiar a un paciente y extraerle una bala.
De las peores cintas que hemos visto nunca. Un auténtico martirio chino.

Arriesgada y aparatosa mezcolanza de géneros en una producción italiana que busca la simpatía del público con cuatro bromas graciosas en una irregular e irrelevante vuelta de tuerca a la figura de los luchadores de artes marciales y los forajidos del western clásico.

Es de esos productos para el consumo fácil y que no requieren un análisis muy profundo, el argumento peca de simple e intrascendente.

Tiene un toque desenfadado y pasajero que se agradece, pero hace que la historia que pretende desarrollar no llegue al espectador en ningún momento, haciendo que muchas de las situaciones que se van desarrollando resulten forzadas e ilógicas.

El tigre del río Kwai, queda como un producto vacuo, insostenible e insoportable.