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Antes del fuego

Thriller. Drama Colombia 1985. Las vidas de Arturo Mendoza, un prestigioso abogado que decidió dedicarse a la investigación periodística, y Milena Bedoya, hija de una de las empleadas de la cafetería del Palacio de Justicia y estudiante de periodismo, se unen 19 días antes de uno de los acontecimientos que cambió el rumbo de la historia política de Colombia. El país vive un año convulsionado, la suspensión de los diálogos de paz y la inminente ... [+]
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
9 de setiembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las víctimas en Antes del fuego son palomas invisibles posadas en los cables de luz, son ancianos aburridos y de nuevo invisibles tras las ventanas de los edificios del centro de Bogotá. Estos fantasmas sugeridos por la ausencia ven pasar la vida desde el silencio de su muerte anónima e impune.
Esta primera película de Laura Mora, directora colombiana formada en las trincheras de la televisión, promete ser un homenaje a las víctimas de la toma del Palacio de Justicia. Esa es su bandera de promoción y ese mensaje da cierre al metraje, pero de eso hay poco y nada en el largometraje. Quizá es que se pierdan en esas menciones simbólicas del cableado y las ventanas de la capital colombiana, que sirven como una suerte de signos de puntuación del metraje (quiero creer que de eso se tratan esas bellas imágenes que perlan la película y que no son producto de una afortunada casualidad de relleno); quizá la razón sea menos poética y loable; júzguelo usted cuando la vea.
Llámenme loco, pero creo yo que para hablar desde el arte de un tema delicado de la historia nacional como este hay que tener pantalones. No se puede andar por la vida siendo un tibio sin postura, con miedo a molestar como parece andar esta película en la que se expone superficialmente la archisabida trinidad de sospechosa culpabilidad por el desastre del Palacio: militares, guerrilla y mafia. Pero bueno, concedamos a esta producción el hecho de que haga esto en aras de mantener la imparcialidad, cosa que resulta sosa hasta el tedio, pero que es de alguna manera justificable.
El problema con esto, que en principio podría ser solo un mal menor, es que en la película se escoge, para sustentar esa pánfila imparcialidad, el punto de vista más políticamente correcto de todos (y sabe Dios que la corrección política nunca ha sido buen pasto para el arte), de tal manera que no podemos identificarnos con víctima alguna, tampoco con ningún victimario, cosa que sería harto interesante, sino que nos vemos obligados a entablar empatía con unos investigadores “imparciales” cuya peripecia solo nos arroja información desordenada que funciona como una madeja de hilos enredados en un cajón, en vez de hacerlo, como debería, como una telaraña envolvente, efectiva y bellamente tejida.
Entra entonces la obra de Mora en clave de Thriller, sin haber entendido de qué se trata y cómo funciona el género, olvidando la necesidad del ritmo y la emoción. Por supuesto que pasan cosas a los personajes, en efecto, pero ninguna se experimenta trascendente: hay un asesinato hecho pasar por suicidio del mejor amigo de Arturo (un Luis Fernando Hoyos que actúa como sin ganas) y se siente como si hubiese sido el de cualquier hijo de vecino, porque ante semejante suceso a este periodista investigador ni se le mueve el pelo; hay un romance, al que ni historia de amor le podemos llamar, porque es un affair telenovelero entre Arturo, el veterano periodista de cuna acomodada y Milena (Mónica Lopera), la practicante de humilde procedencia, y hay una investigación melindrosamente obstaculizada por unas amenazas que no asustan ni a los personajes ni mucho menos a los espectadores.
Pues bien, es así como la película se enmaraña sin permitirnos conocer y entender a las víctimas para durante unos minutos compartir su calvario, sin atreverse a señalar a los victimarios y ponernos en aprietos al hacernos pensar en la valía de sus motivaciones, sin darnos pie a la reflexión y la crítica de un hecho que merece ser puesto en crisis y discusión, sin proveernos siquiera de un material valioso de aprendizaje histórico porque todo se trata sin carácter.
Así las cosas, no sabe uno ya si la traición a esa promesa de homenaje es un acto de ingenua negligencia o de mezquina marrullería, pero el caso es que en esta película las víctimas existen solo, como decía, en la fantasmal presencia de los espacios simbólicos de su invisibilidad y en el epitafio que despide al espectador de la sala de cine en el que se asegura que la película fue hecha para ellos.
Yo no soy una víctima de esa tragedia, tampoco perdí a nadie en el Palacio, ni siquiera conozco de cerca a uno de los afectados, de manera que no puedo hablar desde la emoción vulnerada de aquellos que derramaron lágrimas de nostalgia y llaga en otras sillas del cine en que vi Antes del fuego. Tengo que hablar desde la cómoda barrera de una vida sin grandes cicatrices, pero esto no es impedimento para decir con seguridad que una víctima merece como homenaje un acto artístico marcado por la seriedad, el compromiso y el coraje, cosas que yo sencillamente no pude apreciar por ningún lado en esta película.
Si me lo preguntan, diré que es un deber ineludible del cine y de todo el arte el acudir, cuanto sea necesario, a la realidad en la que nace, por horrenda que sea, pero es tan esencial esa aproximación como el hecho de hacerla de una manera tal que desencadene la reflexión y la crítica. ¿Si no es a través de la potencia motora del arte que se cuestiona el mundo, qué mejor camino queda?
Andrés Vélez Cuervo
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