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Plácido

Comedia En una pequeña ciudad provinciana, a unas burguesas ociosas se les ocurre la idea de organizar una campaña navideña cuyo lema es: "Siente a un pobre a su mesa". Se trata de que los más necesitados compartan la cena de Nochebuena con familias acomodadas y disfruten del calor y el afecto que no tienen. Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero surge un problema que le impide centrarse en su trabajo: ... [+]
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Críticas 126
Críticas ordenadas por utilidad
10 de mayo de 2006
188 de 206 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clásico inmarchitable del cine español de todos los tiempos “Plácido” es unas de las obras maestras indiscutibles y fundamentales de la filmografía de Luis García Berlanga. Rodada en el momento cumbre de su creatividad, en un periodo oscuro donde la feroz censura del régimen franquista agudizaba el ingenio y la imaginación de los guionistas “Plácido” se transforma, siguiendo el hilo conductor de un alambicado, pérfido y malévolo guión del propio Berlanga y Rafael Azcona y bajo la afilada dirección de un Berlanga -lejos de la ternura que destilaba su mirada en anteriores trabajos- en una falsa comedia coral y en una amarga, pesimista y cruel reflexión sobre la sociedad española de la época. Deudora en parte del neorrealismo tardío, tanto en la forma como en el fondo, “Plácido” es al mismo tiempo una visión vitriólica de la realidad y un retrato despiadado e inmisericorde de la España de la pandereta, profunda, negra y reaccionaria que desgraciadamente sigue vigente en amplios sectores de la sociedad española actual. Con “Plácido” Berlanga disecciona y hace pedazos -con su habitual lucidez- a una sociedad hipócrita, mezquina y provinciana de doble moral donde lo más importante son las falsas apariencias, que predica la caridad pero que no la practica, a la que le molesta la pobreza pero que no hace nada por erradicarla y que necesita poner en marcha una cruel farsa, en forma de campaña navideña, bajo el lema “siente un pobre a su mesa” para lavar sus conciencias. Con un reparto irrepetible de grandes actores en estado de gracia, donde seria injusto destacar a nadie, Berlanga se mueve como pez en el agua en ese cine coral tan querido por el y en el que ha sido maestro y referencia absoluta. Trufada de secuencias memorables, no por esperpénticas y surrealistas menos dramáticas, son especialmente inolvidables la que se desarrolla en los lavabos públicos y sobre todo la larga, genial y milimétrica secuencia -de una sátira mordaz demoledora- en la que el repentino empeoramiento del estado de salud de uno de los pobres, gravemente enfermo, desencadena una situación cómico-patética que pone en evidencia todas las miserias de esa sociedad amoral. Obra maestra de imprescindible visionado.

Francesc Chico Jaimejuan

Barcelona 10 de mayo de 2006
Harry Lime
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15 de octubre de 2009
124 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luis García Berlanga, para muchos el mejor director de la historia del cine español. Puede ser, aunque creo que ha sufrido demasiado las modas de la crítica y el público.

Mientras que su primera etapa de los años cincuenta y sesenta ha quedado como una especie de Fátima donde todo es maravilloso, no pasa lo mismo con su época ya de la España constitucional donde sus títulos en general están bastante maltratados. Ya no interesaba igual.

Centrémonos en su primer periodo. Berlanga tuvo la suerte de ser uno de los artistas españoles que vivían en la España franquista y que eran valorados fuera de aquí, y además en la doble vía, en Francia y en Estados Unidos. Más no se puede pedir.

Cuando estrena “Plácido” a Berlanga le llueven las novias, en Cannes se le trata muy bien, le invitan hacer cine en el país galo, los americanos le nominan a mejor película extranjera… Es un momento de reconocimiento máximo, que realmente Berlanga no volverá a tener en esos niveles.

Todo ello hizo que “Plácido” estuviera en el imaginario colectivo como una obra maestra, pero no lo es. Siendo objetivos de esa primera etapa de Berlanga de los años cincuenta y sesenta “Plácido” está muy lejos del nivel de películas como “Bienvenido, Míster Marshall!” o “El verdugo”.

Y decir que es mejor que “Calabuch” o “Los jueves, milagro” es cuando menos discutible. Yo opino lo contario. ¿Por qué? Pues porque como decía otro usuario para ser una comedia le falta más humor y además hay una construcción de escenas muy repetitivas que terminan por cansar. Hombre, y Cassen tampoco es Fernando Fernán-Gómez, Pepe Isbert o José Luis López-Vázquez. Nada del otro mundo.

Lo mejor es la crítica de Berlanga a la hipocresía, las apariencias… pero todo ello con el régimen en España, ya lo decía nuestro genial valenciano, que sin censura la inteligencia decae. Que nos lo digan ahora.

Nota: 6,4.
vircenguetorix
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1 de mayo de 2007
60 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice Berlanga que cuando Placido fué nominada a los Oscar como mejor película extranjera, le invitaron a la típica cena de "soy guay" de Hollywood. Dice que allí se encontro con la crem de la crem: Capra, Wilder etc. Dice que muchos profesionales de la todopoderosa industria norteamericana le preguntaron detalles de la película o sobre como había decidido rodar tal o cual escena. Dice Berlanga que no se lo creía.

¿Y por qué no Don Luis? Yo entiendo la admiración y el reconocimiento que tuvo su obra. Una película maravillosamente interpretada por un reparto coral que ya quisieramos ver hoy día. Con la duración justa para contar lo que quiere, sin artificios ni vueltas de tuerca. Con la que ries y piensas al mismo tiempo. Una inteligente crítica a la hipócrita sociedad que componemos y que se supera a si misma en fechas como la Navidad.
Las pequeñas carencias del cine español de la época no restan nada a su valía D. Luis, al contrario, es también ahí donde radica su encanto.

Una delicia. Creaselo.
Saunders
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26 de abril de 2007
55 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy he visto esta genial película; Plácido (1961), de Luis G. Berlanga, ese gran hombre que nació el mismo día que yo, y en la misma ciudad. Aunque había oído hablar de ella menos que de las otras dos que había visto hasta ahora (El verdugo y Bienvenido Mr. Marshall), ésta es la que más me ha gustado. El guión es buenísimo, y los diálogos no decaen, se mantienen en su alto nivel de humor ácido e ingenio, uno tras otro...
Viendo este tipo de películas, me producen una reacción difícil de explicar; es como una risa interior, no exterior, pues no me ha provocado carcajadas, pero sí una profunda sensación agradable, ya que no es el estómago lo que se mueve, sino la mente. Es lo contrario a las películas o cosas que insultan a la inteligencia, pues a diferencia de éstas, obras como Plácido son portadoras de ella.

Y, por supuesto, no se trata de humor a secas; va mucho más allá, hilando una crítica demoledora de la sociedad española de su tiempo, en cuanto a la excesiva importancia que se daba a las apariencias (religiosas, de nivel económico...), la hipocresía que existía, el egoísmo...

Vaya..., casi 50 años después, las cosas no han cambiado tanto...

Pero sí que vamos a mejor, de eso no cabe duda.
art7
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17 de junio de 2009
48 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía una abuela cuya única obsesión era la comida. Era una anciana cándida, regordeta y bajita con una cara arrugada de ángel escondida bajo unas gruesas gafas de concha, Parecía por su aspecto haberse escapado de un cuento y acompañada de su voz baja, consejo sabio, templanza noble y alma sosegada siempre la recuerdo entre fogones. Se pasaba todo el día en la cocina preparando platos de aldea para sus hijos y nueras y especialmente para el pelotón de nietos desbocados entre los que me encontraba. Nunca he comido tan bien como en casa de mi abuela, en sus recetas aparte de la sencillez se palpaba el cariño y algún que otro misterio más que por aquel entonces no acertaba a descifrar.

Pero cuando fui creciendo mi abuelo me habló del hambre. El hambre de la posguerra que asoló su casa situada en un pueblo minúsculo alejado de la mano de dios. Decía mi abuelo que no hay ninguna sensación peor que sentir el hambre y que mi abuela solamente quería que nunca pasáramos por ello. Por eso mi abuela hacía sus propias asociaciones al respecto, siempre que yo llegaba un nuevo verano a su casa, lo primero que miraba era mi barriga y me regañaba en el caso de haber adelgazado, halagándome en cambio mientras se le subía el colorete de alegría si intuía que algo, aunque fuera poco, había engordado.

El primer misterio de aquella comida tan deliciosa era el misterio del hambre.

Aparte de las enseñanzas de mis abuelos sobre el hambre, no conozco nada mejor que Placido para acercarse un poco más a este asunto. En Placido se palpa el hambre y más aún se hace un estudio sobre el mismo dividiéndolo entre los que siempre han comido bien, los que sólo han comido a medias y los que nunca han comido. Los ricos, que pertenecen al primer grupo desprecian la comida porque siempre la han tenido delante. Sus preocupaciones son de otra índole: la notoriedad, el prestigio social, la fama..., en el segundo grupo tenemos a personajes de lo más dispares que vagan por la película con la única preocupación de saber si van a comer al día siguiente. En el tercer grupo están los pobres que curiosamente como nunca han tenido nada se conforman con cualquier cosa. La diferencia está en que dependiendo de que los personajes de Placido hayan pasado más o menos hambre aumenta o disminuye su dignidad. Los de arriba, prepotentes, avariciosos a ratos mezquinos carecen de ella, mientras que en la escala intermedia a camino entre la picaresca, la impotencia y la bondad, aunque a veces se dude, lo último que se pretende es dejar de ser digno. Los pobres finalmente son siempre dignos de la cabeza a los pies en cualquier tipo de situaciones.

El segundo misterio de la cocina de mi abuela es que era digna.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Wild In Love
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